lunes, 18 de mayo de 2009

¡Kansas, Kansas! (4): La política



Cometí tantos errores durante mi estancia en Lawrence que hasta me sonrojo (bueno, no mucho). Pero un error me marcó para todo el resto del semestre. Ese día supe que nunca, nunca se debía hablar de política en los EE UU, y menos exponer opiniones contra corriente, es decir, casi todas las que yo tengo. Porque, dedicado a aquellos que hablan de los EE UU como "esa gran democracia", en ese país estarían en el ostracismo tres cuartas partes de los políticos españoles y sus respectivos votantes. En efecto: Gallardón, para la mentalidad de Kansas (estado republicano por antonomasia, y único de los 50 que se define "creacionista", es decir, que el darwinismo ni se explica en el sistema educativo), sería un peligroso comunista, o sea que imaginaos.
El hecho fue el siguiente. Estaba yo en clase del señor Souza, profesor de Literatura Hispanoamericana, y el citado profesor una vez más se puso a hablar de Cuba y Fidel Castro. Yo, la verdad, estaba ya hasta el gorro. Durante cuatro meses en todas sus clases surgía siempre el tema, aunque habláramos de los perros de la pradera. Souza era un anticastrista militante, casi obsesivo. Era tal el tedio que tal asunto me provocaba que ese día me decidí a rebatirle un poco. Recuerdo perfectamente lo que dije: "Tal vez, si los EE UU cambiasen su política y suprimiesen el bloqueo, las cosas podrían ir cambiando en Cuba". No me parece una opinión muy radical; más bien, una muy diplomática, nada ofensiva. Pues bien. En ese instante todos los de la clase me miraron como se miraría a un lagarto de la serie "V", y el pacífico Souza se convirtió repentinamente en la personificación del Tío Sam más iracundo y atrabiliario. Le había tocado la fibra, y se metamorfoseó en algo muy vociferante y muy desagradable. Se dirigió a mí con auténtico odio y desprecio, e insistió en decir que Cuba en los 50 tenía un nivel de vida muy superior al de España en la misma época, lo cual es estrictamente cierto, y lo cual no tenía nada que ver con el asunto. Me quedé callado, capeé el temporal, más alucinado que humillado. Y no volví a abrir la boca en clase de Souza en el tiempo restante de curso, pese a que yo era su alumno predilecto, como me habían hecho saber otros profesores. Pero es que le había tocado en la línea de flotación.
¿Se quedó ahí la cosa? No. Yo iba a jugar al baloncesto los jueves con un grupo de profesores y licenciados de Lawrence, los cuales dejaron de hablarme. Uno de ellos, además, una noche en un pub, se dirigió a mí amenazantemente, diciéndome que él era un nacionalista norteamericano. En el examen oral que hice a mis alumnos, dos de ellos vinieron con una camiseta en la que se leía: "Stop Communism!". En fin, que las noticias habían volado, y que tuve suerte de no ser apresado por el FBI o la CIA. Estoy convencido de que en algún pequeño fichero de elementos potencialmente peligrosos está mi nombre: "Miguel A. Otero - Presumably Communist".
Sin embargo, Souza, después de su día de ira, se mostraba arrepentido, e intentaba dirigirse a mí en las clases, hacerme participar, cosa que yo evitaba. Un día el departamento de español invitó a Vargas Llosa a una charla en nuestra clase. Estaban presentes Souza, y su esposa, cubana del exilio (ahora entendía yo la obcecación). Recuerdo que le hice una pregunta a Vargas Llosa sobre la relación de Faulkner con la novela hispanoamericana, y que me contestó muy amigablemente. Al final de la charla, la esposa de Souza vino a felicitarme, aún hoy no sé por qué... aunque en realidad lo que quería su marido era romper el hielo y hacer las paces. Fue una pequeña victoria.
Más grande fue otra, cuando el jefe de departamento, Debicki (el de la foto), me pidió que me quedase en la universidad, ya que estaban muy contentos con mi trabajo, pese a ser un cerdo criptocomunista. Con toda rotundidad le dije que no, que mi vida no estaba allí, que nunca viviría en los EE UU porque me resultaba imposible adaptarme a ese modo de vida y de pensamiento, y que me sentía preso. Nos dimos la mano muy seriamente, y, al salir, noté que el aire era mucho más puro.

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