Cometí tantos errores durante mi estancia en Lawrence que hasta me sonrojo (bueno, no mucho). Pero un error me marcó para todo el resto del semestre. Ese día supe que nunca, nunca se debía hablar de política en los EE UU, y menos exponer opiniones contra corriente, es decir, casi todas las que yo tengo. Porque, dedicado a aquellos que hablan de los EE UU como "esa gran democracia", en ese país estarían en el ostracismo tres cuartas partes de los políticos españoles y sus respectivos votantes. En efecto: Gallardón, para la mentalidad de Kansas (estado repub

El hech

¿Se quedó ahí la cosa? No. Yo iba a jugar al baloncesto los jueves con un grupo de profesores y licenciados de Lawrence, los cuales dejaron de hablarme. Uno de ellos, además, una noche en un pub, se dirigió a mí amenazantemente, diciéndome que él era un nacionalista norteamericano. En el examen oral que hice a mis alumnos, dos de ellos vinieron con una camiseta en la que se leía: "Stop Communism!". En fin, que las noticias habían volado, y que tuve suerte de no ser apresado por el FBI o la CIA. Estoy convencido de que en algún pequeño fichero de elementos potencialmente peligrosos está mi nombre: "Miguel A. Otero - Presumably Communist".
Sin embargo, Souza, después de su día de ira, se mostraba arrepentido, e intentaba dirigirse a mí en las clases, hacerme participar, cosa que yo evitaba. Un día el departamento de español invitó a Vargas Llosa a una charla en nuestra clase. Estaban presentes Souza, y su esposa, cubana del exilio (ahora entendía yo la obcecación). Recuerdo que le hice una pregunta a Vargas Llosa sobre la relación de Faulkner con la novela hispanoamericana, y que me contestó muy amigablemente. Al final de la charla, la esposa de Souz

Más grande fue otra, cuando el jefe de departamento, Debicki (el de la foto), me pidió que me quedase en la universidad, ya que estaban muy contentos con mi trabajo, pese a ser un cerdo criptocomunista. Con toda rotundidad le dije que no, que mi vida no estaba allí, que nunca viviría en los EE UU porque me resultaba imposible adaptarme a ese modo de vida y de pensamiento, y que me sentía preso. Nos dimos la mano muy seriamente, y, al salir, noté que el aire era mucho más puro.
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