miércoles, 13 de mayo de 2009

Aquel grupo de amigos


Éramos cinco, cinco tipos a cada cual más dispar: Manolo, Pedro Díaz, Pedro Josa, Gonzalo y yo. Manolo estudió Magisterio en Ponferrada, Pedro D., Telecomunicaciuones en Madrid, Gonzalo, Periodismo en Madrid, Pedro J., Historia en León, y yo, Filología Inglesa en Santiago. Éramos la diáspora berciana hecha realidad. Nos reuníamos en Navidades y Semana Santa, y de repente parecía que el tiempo no había pasado, y que todo permanecía inamovible. Regresábamos a nuestras rutinas, que demostraban que, más que un buen corazón, poseíamos un hígado a prueba de bombas. Por la mañana, a eso de la una, quedábamos en el Suárez para tomar los vinos, o a matar judíos si era semana santa. ¿Qué era matar judíos? Pues ingerir limonada, que es una especie de sangría típica del Bierzo en Pascua. A cada limonada bebida, un judío muerto. Sí, ya sé que suena bruto, xenófobo, intolerante, pero ¿qué le voy a hacer? También Santiago Matamoros es el patrón de España, ¿no? Lo cierto es que al final de las vacaciones nos habíamos cargado la ciudad de Tel-Aviv. Después de comer, quedábamos en el Principal o el Centro Gallego para echar la partida de mus consabida. Tras ella, íbamos de vinos a las bodegas de la parte vieja o a nuestra zona alternativa y underground de la parte nueva. Cenábamos en casa y volvíamos a salir a los pubs de la zona del hotel El Temple. Ese era el plan, con pocas variaciones. En nuestro imaginario hay sobre todo bares, prácticamente todos desaparecidos, los bares con más encanto de aquella Ponferrada fea y entrañable: La Paloma (especialidad en calamares); el Suárez , que era nuestra segunda casa, y que fue un bar que marcó nuestra generación, con sus organillos, sus artículos de broma, su música de pachanga, sus fiestas, sus antigüedades, las denominaciones insólitas de sus tapas, sus pinchos de patata y pimiento, y, sobre todo, Jose y Fito, dos de las mejores y más cálidas personas que he conocido; el Bolo (imprescindible antes de comer y en Nochebuena); el Renfe (pincho de rabillos de pulpo tomado en absoluta soledad: éramos los únicos clientes): el Minero (patatitas calientes de guiso). Arriba, el Bodegón, por supuesto, y sus rabiosas patatas bravas, las mejores del mundo sin duda, y Las Cuadras, donde muchas veces cenábamos tapas con tal cantidad de pimentón picante que parecíamos el dragón que se enfrentó a San Jorge, y donde discutíamos de cine a brazo partido. Porque discutir, discutíamos lo que no hay escrito, sobre todo y sobre todos. Un día casi nos echan de Las Cuadras por la bullas que montábamos. Los días podían variar con alguna excursión a los alrededores, de las que tengo recuerdos imborrables: Las Médulas, Carucedo, Cornatel, Corullón, el Aquiana... En cambio, todas las noches acababan igual: había que llevar a Gonzalo a casa a rastras porque no quería volverse ni a tiros. Qué tío, no había quien lo convenciera. Nuestra vida transcurría con esas charlas de cine, literatura, política, cómics, fútbol, televisión, música... cada uno con un punto de vista radicalmente diferente del otro. En fin, que éramos un grupo de perros verdes, amantes de lo alternativo, un grupo entrañable, irrepetible, un grupo de amigos con el que viví algunos de los momentos más felices y más inolvidables de mi vida, como cuando Pedro J. nos llevó nada más sacar el carnet de conducir por una carretera de montaña, y mientras nosotros cantábamos él también daba palmas. Estamos vivos de milagro.
Después, la vida nos fue llevando por caminos diferentes, como suele suceder. Iniciamos otra diáspora, esta ya definitiva.
(La foto de arriba es de un desfile de disfraces en 1982, durante las fiesta de La Encina. Somos Gonzalo, Pedro J. y yo; Pedro es el papa, nosotros los peregrinos. La de abajo, en octubre del mismo año en el monte Aquiana, en El Bierzo; de izquierda a derecha, Manolo, Gonzalo y Pedro D.)
A los dos Pedros, a Gonzalo, y a Manolo. Por los días de vino y limonadas (¿o eran rosas?).

1 comentario:

pedro dijo...

Solo algun detalle. Es verdad que normalmente estabamos alrededor de un vaso pero siempre habia temas de discusion con posiciones mas que encontradas y nunca, nunca hubo una mala palabra o un mal gesto.

Me acuerdo de la discusion de las cuadras, en aquella ocasion estaba tambien Susana que salio alucinada, creo que desde esa noche se nos hizo incondicional, precisamente porque Susana siempre debió alucinar mucho con nosotros. De las discusiones hay dos por encima de todas. La primera en la terraza del Principal, una noche y sobre el proceso deductivo de algun cro magnon para llegar a la rueda: que si una piedra que si un tronco ... La segunda sobre una frase: No hay nada relativo porque si todo fuese relativo no habria nada relativo a ese todo. Lo que nos dio de si esa frase. ¿La recuerdas?

La excursion a la que te refieres la recuerdo perfectamente, fue en el dyane de Pedro con meta en Paradaseca donde no llegamos. Por el camino paramos en Cacabelos para ver el Castro Ventosa al que nunca sabremos si dimos con él puesto que las señas de los lugareños nos indicaron unos negrillos y ninguno de nosotros sabiamos lo que eran. Posteriormente paramos en Villafranca a comprar empanada o bollos preñaos y algo para limpiarnos los zapatos. Decidimos que lo mejor para ese menester era El Alcazar y alli nos pusimos a la faena, justamente al lado de un señor que leia el periodico. Finalmente quedamos a mitad de camino porque llovia bastante y no nos atrevimos a seguir, lo inmortalizamos con alguna foto mas bien irreverente que nunca vi.

La otra foto corresponde a la Aquiana, donde llegamos a bordo del Seat 600 de mi padre, con el que tambien fuimos a la medulas y varios lugares mas.

En cuanto a las partidas de mus, tanto al mediodia como por la noche, tengo la imagen del Principal, a Gonzalo sacando cuatro reyes con frecuencia mas que sospechosa y del pitorreo de los ganadores. Y mas cosas: el ping pong despues de comer o el futbol en el campo del Instituto con medio equipo formado por la familia Gay contra nuestros rivales de siempre.

Buenos tiempos, sí. Lastima que no podamos recordarlos alrededor de una baraja con un ordago a la
grande o mejor aun a la chica.