jueves, 30 de octubre de 2008

Un relato: "Ángel y Greta" (1ª parte)

Este relato, Ángel y Greta, es una actualización del cuento tradicional Hansel y Gretel. Confieso que me reí bastante escribiéndolo, y para que no se os haga muy largo, próximamente aparecerá la segunda y última entrega


ÁNGEL Y GRETA

Esta vez sí que estaban perdidos. Si no tenían cuidado, podrían morir apisonados por la estampida de ciudadanos que había apurado las compras hasta los instantes previos al cierre del centro comercial. Ni rastro de su padre, quien había alegado la oportunidad de consultar sobre la adquisición de una tarjeta de crédito sin recargos ni costes adicionales para darles el esquinazo y esfumarse como Houdini. ¿Cómo le pudieron creer si sabían que él no poseía cuenta bancaria? ¿Y cómo, si existía el precedente de la anterior visita a otro centro comercial?

No, esta vez no se presentaban las cosas como en la anterior, quince días antes, cuando los intentó abandonar aprovechando una confusión de gente y bolsas de plástico y cartón con emblemas bien conocidos, muy similar a la que habían estado expuestos ese mismo día. Pero su padre no se percató de que el Cornetto de vainilla que lameteaba con fruición dejaba un rastro de gotas que caían cucurucho abajo por motivos que explicaremos, rastro que a la sazón siguieron los niños hasta darle alcance, ya en las puertas que se abrían mágicamente con la cercanía de los seres humanos.

Sin embargo, esta vez se hallaban en un centro comercial de dimensiones casi improbables, a unos cuarenta kilómetros de casa. Y lo peor de todo fue no haber advertido el peligro, conjugado en la expresión ilusionada de Mari Puri cuando los tres salían de casa. Mari Puri, esa tía con la que vivía su padre desde hacía unos tres meses, a la que Riqui, el papá, había salvado de una vida meretriz y mercenaria en Reflejo’s, el club de alterne del barrio. Es que su papá vivía del bisnes, y, claro, sus relaciones sociales distaban de pertenecer a la plutocracia.

Después de aquella primera y torpe tentativa de abandono, instigada por Mari Puri, aunque, justo es reconocerlo, con la anuencia de su desnaturalizado padre, regresaron pegados a él como percebes. Riqui estaba muy pasado, por lo que ni siquiera se enteró de que sus hijos le escoltaban hasta el hogar, sito, por cierto, en un barrio de mala nota, en un edificio en deficiente estado de conservación, además de alquilado a un roñoso de ciento dos años que, por algún efecto colateral de su masiva medicación, había decidido contratar la instalación de gas. Por si me separo de Aurorita y me vengo a vivir aquí, decía él confidencialmente a los viejos vecinos del inmueble, y estos se callaban, porque Aurorita llevaba treinta años muerta.

Entraron en casa con suma cautela; Ángel fue el primero en pasar por delante de la puerta de la cocina, donde hablaban de espaldas a él Mari Puri y un instalador de acento andaluz. Habría jurado que el hombre aquel le estaba tocando el culo a Mari Puri mientras le mostraba los arcanos del gas pasajero de los tubos, pero rápidamente se centró en otras cuestiones prioritarias, como por ejemplo, pasar aquella fase de Prince of Persia que se le resistía más allá de lo normal. Greta, silenciosa como una sombra, se deslizó hacia el armario desvencijado y se puso en un abrir y cerrar de ojos el tanga de rebajas que había afanado en el centro comercial. Frente al espejo, frunció los labios, meneó el culo como el pato Donald y dio el visto bueno mientras tarareaba muy bajito y muy malevo: Me gusta el perreo, me gusta el perreo… Lo del contoneo lo había aprendido un día en que Riqui y Mari Puri habían llegado muy flipados a casa, y se olvidaron de cerrar la puerta del dormitorio. Prefirió no ver más, porque le molaba más ver las pelis porno que ligaba Riqui los fines de semana, y que dejaba desperdigadas por la casa, que aquella cutrez de sexo atrabiliario. Ángel tenía doce años, y Greta, diez.

Al cabo de un rato apareció el padre de los niños, con los ojos achinados y un hambre voraz. Había efectuado una parada obligada en una de las encrucijadas del barrio a fin de proveer de material a sus clientes y fumarse un peta con ellos, a modo de técnica mercantil. Ya se había ido el instalador de gas, y Mari Puri se pintaba las uñas de los pies de un color rojo pasión que en modo alguno casaba con los incipientes juanetes.

—¿Qué? ¿Ya? —inquirió ella, sin levantar la vista de los pies.

—En efecto —respondió él, engullendo las tres últimas rebanadas de pan Bimbo mohoso que quedaban en la bolsa.

—Bueno, pues un gasto menos, porque ¡cómo comen esos cabrones! ¡Así no hay quien se compre un buga, joder! —sentenció ella, bastante satisfecha del pie izquierdo.

Sin embargo, un ruidito le alertó de una presencia en el cuarto de los niños. Entreabrió la puerta, y vio a Ángel hipnotizado con la Play y a Greta haciendo posturitas delante del espejo. Tal fue la sarta de insultos que profirió Mari Puri a Riqui que hasta los dos niños pospusieron por unos momentos sus quehaceres.

Pero aquello fue la vez anterior. Ahora, a medida que se vaciaba el centro comercial, más se iba llenando el depósito del miedo, más se disipaban las probabilidades de retornar a casa. Las diez de la noche en pleno invierno, lloviznando sobre unas campas alejadas de la mano de Dios, sin un alma caritativa que accediese ya no a acercarlos a casa, sino solamente aproximarlos a su ciudad. La gente que se marchaba tenía otras cosas en la cabeza, tales como: ¿por qué demonios he comprado cinco pares de zapatos iguales? ¿cómo es posible que haya encargado un piano Hammond, si solo iba por unos yogures con bífidus activo? ¿por qué me rechazaron la tarjeta?

Esta otra vez su papá había vuelto a comprar un Cornetto de vainilla, y de nuevo le había mordido la punta del cucurucho porque atesoraba una pizca de chocolate, pues era esta la razón del pringue habitual, y de nuevo las gotas resbalaban por la mano hasta el suelo, lo que hizo que se confiasen, ya que en aquel suelo coruscante resaltaban grandemente. No podían imaginar que un yorkshire con un lacito en la cabeza color rojo etrusco iba a lamer esas gotitas, borrando las trazas del sendero. Y allí estaban los dos, abandonados por su padre, un drogata gilipollas que accedía a todos los deseos de Mari Puri, puta al fin y al cabo, a las puertas de un descomunal centro comercial que, si hubieran sabido algo de la Biblia, no habrían dudado en denominar Babilonia. Allí estaban, sí, ella con su minifalda rosa palo y la camisetita de asas cuya leyenda rezaba Fuck me; él, con unos vaqueros cuyo tiro llegaba a la rodilla y una camiseta negra a cuya espalda se podía leer una sugerencia anglosajona: Suck my dick. Ambas camisetas habían sido un regalo de Riqui, que las había chorizado aprovechando la confusión del mercadillo dominical. Riqui no dominaba la lengua de Milton.

Afuera, la noche. Adentro, la aproximación acelerada de un segurata, que los echó a cajas destempladas, tal era el aspecto de raterillos que tenían ambos. El segurata también desatendió la solicitud del préstamo de un par de monedas para llamar a casa. Ahora se arrepentían de haberse pulido los tres euros en cajas de Pringles. Además, razonándolo bien, si telefoneaban, ¿qué esperaban de Mari Puri y Riqui? Los habían abandonado y punto.

En fin. La oscuridad sojuzgaba los alrededores del parpadeante híper, anclado en un cruce de caminos sin indicadores de salida , una hábil estrategia para que todo el mundo tuviera que regresar al centro para informarse de cómo abandonar aquel laberinto, y de paso tomarse otro café, o cambiar de móvil. Cogidos de la mano, tomaron una de las carreteras al azar, en el momento en que todas las luces se apagaron. Caminaron empapándose paulatinamente con el calabobos, con la sensación de que a los dos bordes de la carretera acechaban todas las bestias y todos los monstruos y todos los asesinos en serie de los videojuegos que tanto les gustaban.

—Estoy acojonao —susurró Ángel, sincero como nunca antes había sido.

—Hostia, tío, gracias por las noticias —respondió ella, malhumorada —. Jo, eres el hermano mayor y tienes que protegerme, ¿no?

Ángel enarcó las cejas, se encogió de hombros y siguió caminando sin soltarle la mano húmeda y pegajosa a Greta.

—Yo creo que nos hemos equivocao, Ángel —dijo ella al punto.

—Posiblemente —aceptó él, y miró hacia atrás. Era como si el mundo estuviera aún por nacer, tal era la sensación de soledad y tan grande la densidad de las tinieblas. A Ángel se le escapó una lágrima furtiva.

—Y el muy cabrón, que nos iba a comprar un móvil, nos dijo. Pa’ embaucarnos, ¡qué cabrón! —se quejó Greta.

—Ya me parecía a mí que eso del móvil… —suspiró él, abatido.

De repente, vislumbraron un punto de luz en la lejanía. ¿Era un faro salvador en medio de un mar inmenso o era el lugar en que los depravados se comían crudos a los niños? Estaba por ver. No les quedaba otra opción que aproximarse con cautela y observar.

La luz provenía de la casa más extraña y maravillosa que nunca habían contemplado. Era un cubo de cristal tintado, estabilizado con una especie de contrafuertes, también de un material parecido al vidrio, los cuales, pese a su grosor, eran translúcidos. La luminosidad no venía de un punto en concreto, sino de la casa en sí, lo que la hacía aun más misteriosa. Ángel se arrastró hacia uno de los contrafuertes, que, vistos de cerca, más que eso eran una especie de burladeros transparentes. Lenta y silenciosamente acabó por llegar allí. Desde el suelo alzó la vista, y lo que vio le quitó la respiración.

Ni un contrafuerte, ni un burladero: era una cabina similar a la de los cajeros automáticos, en que, en vez de un dispensador de dinero, resplandecían todo tipo de soportes de juegos electrónicos. Ángel, con la boca como un buzón de correos, hizo una señal a Greta, quien en seguida estuvo a su lado.

—¡Tía, la X-Box, la Play, la Game Cube! ¡Y con demos de todos los juegos guays!

—¡Hostia, la de San Andreas, tío!

—¡Lo flipo!

Se olvidaron del hambre, del frío, del miedo, de todo, y se pusieron a jugar como posesos sin percatarse de que a sus espaldas una puerta perfectamente camuflada se abría sin ruido. Un hombre calvo de unos cincuenta años, ataviado de una camisa larga y blanca y unos pantalones flojos también blancos les recibió con un saludo vagamente budista.

—Hola, niños —dijo, con una voz aflautada—. ¿Os gustan los juegos?

Ellos se limitaron a farfullar un jujú, o un ajá, y siguieron hechizados por la combinación de píxeles en movimiento.

—Pues dentro tengo los juegos originales: ¿queréis verlos?

Entraron atropelladamente, atascándose en la estrecha puerta y soltando tacos como camioneros. Frente a ellos se ofrecía una sala amplia con todas las consolas disponibles en el mercado, enganchadas a cuatro televisores de plasma, asemejándose así a una especie de diligencia tecnológica.

—¡Joder, tío! —susurraron, ya que la emoción era tan grande que les oprimía los pulmones. Se abalanzaron cada uno hacia un televisor, y la vida se transformó en el sueño ideal hasta que, cosa de una hora más tarde, se percataron de que la puerta que se hallaba a sus espaldas estaba cerrada. Greta, con la mosca detrás de la oreja, se arrimó a ella, y comprobó algo insólito: la puerta no tenía picaporte, sino una ranura similar a la de los cajeros automáticos. Demudó su color, se giró y sentenció:

—La hemos cagao, Angelito.

(CONTINUARÁ)



lunes, 27 de octubre de 2008

¿Qué es el ciclo Kondratief?

El sábado, leyendo a Joaquín Estefanía, descubrí que estábamos viviendo en el ciclo Kondratief... y yo con estos pelos, me dije. O sea que este ciclo de bonanza mundial en que estábamos vivendo hasta que llegó el apocalipsis bursátil, esta era de usar y tirar, de consumir por consumir, de esquilmar los recursos mundiales era el ciclo Kondratief. Curioso. No tenía ni idea, pero es que yo las páginas de economía me las salto a lo Fossbury.
De ahora en adelante, al parecer, en vez de leer "Más Platón y menos Prozac" la gente va a leer "Más Keynes y menos Greenspan"; y las fotos de Ouka Lele llevarán títulos como: "Me quedé en la calle por la subida del euríbor pero sigo pensando que estás divina con ese traje blanco roto"; y si Raymond Carver estuviese vivo, escribiría unos relatos titulados genéricamente "Deja de una vez de hablarme de la 'destrucción creativa' y acábate tu caña de Bud Light"; y las mujeres desesperadas de "Mujeres desesperadas" estarán desesperadas de verdad cuando se les desmonte ese tinglado yuppi repugnante y sus maridos se queden en la calle; y los cantantes de baladas crearán la agridulce canción de desamor económico: "You're not sublime, you're just a subprime", de notable éxito en era de recesión; y Francis Ford Coppola filmará una nueva versión de "Apocalypse Now!", que se titulará "Apocalypse? Guau!!!", porque tratará de los ejecutivos de Lehman Brothers, fundiendo la pasta estatal donada por su gobierno para rescatar la empresa en vacaciones a todo trapo.
Pero todas esas imágenes desaparecerán, como lágrimas bajo la lluvia, porque (lo importante es lo importante) tal vez Terelu Campos gane la 15ª edición de "Mira quién baila". Entre eso, el novio de Falete, la liga de fútbol y el desenlace de "Herederos", ¿a alguien le importa que llegue el Apocalipsis?

martes, 21 de octubre de 2008

El síndrome del emperador

El curso pasado detecté en un curso (del que era tutor, para más inri) ciertas actitudes propias de los afectados por el "Síndrome del Emperador", es decir, una total ausencia de sentimiento de culpa aun cuando se esté humillando o vejando a compañeros de clase o de instituto, una especie de aburrimiento con diversiones convencionales, ya que tienen acceso a todas ellas, incluso a las más caras, y sobre todo una sensación de omnipotencia y un distanciamiento del dolor de la víctima que les lleva peligrosamente hacia la violencia gratuita.
Es curioso y preocupante que los emperadorcitos de nuestra sociedad sean fundamentalmente de clases medias a media-altas, y parece que son casi siempre chicos, aunque las chicas se han subido al carro con presteza. Previne a este curso (el que quiera, que se dé por aludido) de lo peligroso e indigno de esa actitud, y les relaté el asesinato de la indigente abrasada viva en un cajero automático de Barcelona, a mano de tres pijos, dos mayores de edad, y uno, menor. Estos días se está celebrando el juicio (aunque no haya nada que celebrar, más que su enchironamiento de por vida), y me temo que se irán de rositas, ya que tienen acceso a buenos y caros abogados. Yo no sé qué pensarán sus padres, y hasta qué punto son culpables de estas actitudes. Yo no levantaría cabeza. Y sobre todo porque la humillación, la agresión y el posterior homicidio a una desgraciada les produjo placer a estos miserables, que decidieron redondear una hora de acoso con un premeditado asesinato brutal. Y también porque esta actitud, igual que la de grabar palizas en móviles y colgarlas en internet, están solo un paso por debajo de coleccionar "snuff movies", es decir, esas grabaciones en que se presencia un asesinato en directo. ¿Qué se puede hacer con esos chicos? ¿Podemos creer en una reinserción, cuando han campado a sus anchas desde la más tierna edad, sin que nadie les pusiera cortapisa alguna? ¿Deben pagar también los padres por su hipotético mal ejemplo, por darles alas en sus correrías, por hacerles despreciar a los más desafortunados? Es difícil saberlo. Es trágico pensar que uno puede intentar ser un padre ejemplar, y que le salga un hijo homicida... no, estúpidamente homicida, arbitrariamente homicida. Estos días he vuelto a ver "La naranja mecánica", y si bien no soy gran admirador de esta película, sí le reconozco la capacidad visionaria a su autor, R. Burgess (y a Kubrik trasladándolo en imágenes), imaginando un futuro (este presente) en que la violencia es arbitraria y se produce por ganas de diversión. Los que somos padres debemos estar en guardia: tal vez detrás de la cáscara del niño bueno se esconde la piel dura de un pequeño emperador, un sátrapa cruel como un césar romano.
Hay una película bastante esclarecedora con respecto a este tema. Es "Cobardes", de Corbacho, y relata el acoso de un grupo de colegiales a un compañero. El retrato de líder acosador reproduce exactamente la tipología del emperador. Quizá los apdres que tenemos hijos adolescentes deberíamos verla, y tal vez también deberíamos ver los contenidos de esos móviles, por si nos encontramos una horrible sorpresa. Por mucho que creamos en nuestros valores, en la educación que damos a nuestros hijos, no estamos a salvo.

jueves, 16 de octubre de 2008

La Biblia en España


Robo el título a Jorgito el Inglés (George Borrow) porque me parece bastante adecuado. Cuando hablamos de la Biblia aquí, en España, me viene a la memoria el ejemplar que hay en la casa de mis padres, en la entrada, cosa que se convirtió en tradición en una época. De pequeño yo creía que la Biblia era un grueso volumen destinado a guardar recibos y facturas, que es para lo que se usaba en casa: nadie nunca la ha leído. Después, comprobé que en la casa de mis amigos tenían el mismo ejemplar (debió de der una oferta editorial para la clase media de los sesenta) y este cumplía la misma funcionalidad. Por tanto, ¿de qué se extraña la Iglesia cuando dice que solo un 20% de los católicos lee la Biblia? Yerran, además, grandemente, pues no creo que llegue al 2%, y la razón es obvia: leer la Biblia en España era, cuando menos, sospechoso. de hecho, NO DEBÍAS leerla, que para eso estaban los curas, no fueras a sacar tus propias conclusiones, maldito luterano. De hecho Jorgito el Inglés acabó en la cárcel allá por los mediados del siglo XIX por el hecho de vender biblias en estos pagos (por desgracia, parece que el español medio dedujo que si no se leía la Biblia, pues no se leía nada, de ahí esos porcentajes tercermundistas de lectores que tenemos, ya que se dice que el 50% de la población nunca ha leído ni leerá un libro en su vida: flipante).
Y la verdad es que el desconocimiento del Libro por antonomasia (junto con la Odisea) es un gran impedimento si estudiamos otras culturas europeas (o la norteamericana, sin ir más lejos), incomprensibles si no se sabe algo de la Biblia: intentad entender Moby Dick, La tierra baldía, el universo de Cormac MacCarthy, de N. Hawthorne, incluso entender 100 años de soledad quedaría incompleto sin conocer esas referencias. Os animo a leer partes: es de lo más entretenido: celos, envidias, infidelidades, asesinatos, castraciones, destrucciones arbitrarias, genocidios... No daban puntada sin hilo, esos ancestrales redactores.
Por tanto, señores jerarcas, admitan algo: si no se lee la Biblia en España es porque ustedes lo han prohibido secularmente, y, curiosamente, suscita mucho mayor interés en ateos o agnósticos que en los católicos apostólicos romanos más castizos. A estos les sobra con los rosarios, las estampitas, las procesiones y demás representaciones teatrales, mucho más fáciles de asimilar que las tremendas contradicciones de ese gran libro milagrosamente preservado a través de la historia. Si leemos el Antiguo Testamento, por ejemplo, comprenderemos perfectamente a Bush y al electorado norteamericano del Medio Oeste, que adora al dios antiguo, vengativo y cruel. Si leemos el mensaje del Nuevo, nos preguntaremos qué pensaría Jesucristo si entrara en el Vaticano y viera a sus vicarios en la tierra haaciendo ostentación de riqueza y apoyando siempre a los más ricos. Pero Jesucristo perdió interés en regresar a este mundo; lleva veinte siglos sin pasarse por aquí. Por algo será.
(Por cierto, qué caridad cristiana la de los de siempre, que consideran un asesinato eliminar un puñado de células, negando la vida que salvarán las células de ese bebé que ha nacido. También estaban (o están) en contra de la epidural, porque lo suyo es sufrir en el parto¿Pueden considerarse interlocutores válidos en lo que se refiere a tener hijos? )

miércoles, 15 de octubre de 2008

Qué nombres tan raros...

Un día, durante el curso pasado, unos alumnos vinieron a enseñarme nombres que les parecían sorprendentes. De la lista sacaron, por ejemplo, Maximiliano, Ceferino y Marcial. El sorprendido fui yo, porque he conocido a gente con ese nombre, y no me parecieron para tanto. Es curioso, además, porque uno de los chicos que se regocijaba se llamaba Yosuah, así, literalmente.
El caso es que en septiembre estuve en Zamora, y Zamora, al igual que León, se distinguen por una tradición: ponerle al recién nacido el nombre del santo del día en que el niño nace. Esta tradición, como tantas, se ha ido perdiendo, pero aún queda en estas provincias una pléyade de nombres espectaculares que sí que dejan a uno realmente anonadado. Por ejemplo, una familia de Benavente que vive en Ponferrada desde hace décadas la componen Ursicino, Crescencio y Cristeta (y me olvido de uno de los nombres); en el pueblo de Arquillinos conocí al primer Belisario de mi vida (omito al Conde Belisario y a Belisario Betancour, a los que no he conocido personalmente), y nombres como Dalmacio o Elpidio son moneda común.
Sin embargo, la nueva ensaladera de nombres en España viene condicionada por tres aspectos:
a) El prestigio del inglés: Megan, Kevin, Steven, Ethan, Jimmy, Johnny, Vanessa, Dee Dee....
b) Influencia sudamericana, también influenciada por un inglés agramatical: Eimy Joy, Leidi Vanesa, Jefferson, Elizabeth...
c) Influencia de comunidades evangélicas: Elim, Enoc, Abigail..., y casi siempre eligiendo los nombres más desconocidos, por ejemplo, de los hijos de Caín, o de los profetas menores.
d) Influencias ignotas que hacen que una persona se llame "Banessa", o "Yoelvis", o "Bradpit".
e) Tendencias autonómicas (en el caso gallego, Breogán, Brais o Lúa.; los consabidos Jordis y Kepas; los Pelayos y Covadongas de Asturias...)
f) Influencias televisivas: las "Demelzas" que viven hoy son consecuencia de la teleserie "Poldark", por ejemplo; se sabe que muchas Sue Ellen y muchos J.R. fueron rechazados en los registros en los 80. Hoy en día tal vez los hubieran aceptado.
g) Deseos innovadores: nombres de faraones ignotos, de héroes de epopeyas asiáticas, de personajes de óperas o de obras literarias, de dioses clásicos, etcétera.
h) Originalidad extrema: Según me contó mi hermano, en el registro de una localidad andaluza negaron a un padre que pusiese los siguientes nombres a su hijita "Rinconcito de mi calle" y "Ratoncito de mi casa".
Lo peor es cuando se juntan todas estas tendencias en desaguisados como el citado "Yosuah", a cuyos padres habría que decir que, si quieren ponerle el nombre bíblico español, que le llamen "Josué", y si quieren mantener lo anglófono, pues "Josuah", pero que no hagan pupurrís. Pasa lo mismo con "Jonathan"o "Yonathan", que es "Jonatán".
Recuerdo una anécdota que me relató el escritor argentino Raúl Argemí en 2002, en Villanueva de la Serena. Dijo que en la Patagonia tienen la misma costumbre que en León y Zamora (y otras provincias que yo desconozco), y que allí él conoció a una persona llamada "Santos Inoc". Investigó el caso y descubrió su origen. El tal Santos Inoc (que suena muy ecléctico: mezcla de catolicismo e indigenismo, ¿no?) nació el 28 de Diciembre, y el funcionario del ayuntamiento donde lo fuea registrar el padre no era muy letrado que digamos. El padre le preguntó qué santo era el de ese día, y el funcionario miró al calendario y vio: "28 Santos Inoc.". La palabra "Inocentes" no entraba en la casilla, obviamente. Pues así le quedó al niño, ese nombre tan... exótico, digamos.
Yo tampoco puedo evitar comentar una anécdota que me sucedió en una panadería. Esperaba yo a ser atendido, mientras dos niños rubios y rubicundos típicos gallegos de la costa jugueteaban por allí. de repente, el niño se dirigió a la puerta. La madre, de unos cuarenta años, y también rubia y rubicunda, y gallega, le dijo a la niña: "Treisi, vai coller a Yimi". En ese momento eché de menos todos los Monchos, Manolos, todas las Cármenes y Charos, todos los nombres de siempre, los cuales, espero que un día regresen para quedarse, y nos olvidemos de tanta originalidad. Habría que investigar, como hicieron en broma en "El Intermedio", los extractos sociales de los que surgen ciertos nombres. es algo muy revelador, por cierto.

La tarea de hoy, amigos blogueros, es la siguiente: ¿cuál es el nombre más extraño que habéis oído nunca? mejor aun si conocisteis a la persona de ese nombre. Eso suma puntos.
Adiós, Robustianos.

jueves, 9 de octubre de 2008

Versiones de canciones





Sucede a veces que la versión de una canción es mejor que el original, aunque suele ser lo contrario. De entre las versiones mejoradas que recomiendo, citaré, por ejemplo, "Aunque tú no lo sepas", interpretada por Enrique Urquijo, versión que mejora la original de mi adorado Quique González (foto de la derecha); otra, casi flagrante, es "Bizarre love triangle": me pregunto cómo el grupo desaparecido Frente! pudo fijarse en ese tema de New Order, realmente olvidable, y crear un clásico de la simplicidad. Entre los clásicos, creo que Joe Cocker le enmendó la plana a Lennon-McCartney en "With a little help from my friends"(uno de los cortes que menos me gustan del mítico "Sargeant Pepper's", junto con "Lovely Rita" y "Good Morning", y que, increíblemente ha sido versionado más de cien veces), y que lo mismo hizo el ex-velvet Underground John Cale con la "Hallelujah" de Leonard Cohen, y que prefiero el "If you want me to stay" de Red Hot Chili Peppers al de sus creadores, Sly and The Family Stone, o (¡anatema!) el "I can't help falling in love" de Eels al de mi detestado Elvis Presley, y, por supuestísimo, el "I will survive" de Cake a la horterada disco de Gloria Gaynor.
Por otro lado, hay versiones que igualan al original. Por ejemplo, y pese a la carga legendaria del "Like a rolling stone" de Dylan, no creo que la versión de los Rolling Stones sea inferior; o que el "Jealous guy" de Roxy Music sea peor que el de Lennon; o que el "Who by fire" de The House of Love sea inferior al de Cohen. El caso de Cohen es peculiar, pues tiene dos álbumes de versiones de sus canciones, y llego a la conclusión que es el perfecto "versionando", dadas las excelentes copias de Nick Cave, Rufus Wainwright, Pritchard o el cantante de Pulp, cuyo nombre ahora no recuerdo. Es opinable, por supuesto. Y demuestra ser muy grande, el amigo Leonard (a la izquierda, en la foto), músico y literato.
Pero lo normal es que el versionador destroce el original. Cuando oigo a Enrique Iglesias cantar "Chica de ayer" me dan ganas de coger un lanzallamas y quemar todos sus espantosos discos. ¿Y qué hablar del "Aquarius" del inefable e indescriptible Raphael, sintonía durante mucho tiempo de Gomaespuma? No, no. Es como Plácido Domingo cantando tangos de Gardel, o Julio Iglesias cantando "As time goes by". Hay que ser osados, Plácido, Julito. O la espantosa versión del "Perfect day" de Lou Reed perpetrada por mi admirado Antony, o la infame versión de "Let's spend the night together" de David Bowie en el álbum "Young Americans", creo. Es obvio que los genios también patinan. Y me viene a la mente "Divina" de la primitiva formación de Radio Futura, asesinando un tema tan inolvidable como "Ballrooms of Mars" de Marc Bolan (T.Rex), aunque en este caso soy condescendiente, porque fueron de los pioneros de la famosa "movida", y había frescura y alegría en su versión.



Otra cara de la moneda es cuando el versionador acaba apropiándose de la versión, hasta que todo el mundo cree que es suya, caso de James Taylor, con "You've got a friend" de Carole King, o cuando el autor versiona su propia canción y la mejora, caso de Bob Geldof en su actuación en directo en el concierto de los Policías Secretos, tocando solo con el piano "I don't like Mondays", infinitamente superior al corte de Geldof con los Boomtown Rats.
Aunque, con todo, lo peor es en mi opinión (y en la de Javier Marías, que yo recuerde) cuando un autor reversiona sus propias canciones haciéndolas inidentificables. Es el gran pecado de Bob Dylan, de Lou Reed (a quienes sufrí en horrendos conciertos en directo) y, muchas veces, de Andrés Calamaro, que hace esfuerzos ímprobos por ser Dylan.




Obviamente es imposible hacer una lista de todas las versiones. Las del blog son las que me vinieron a la mente, las que más oigo. Estaréis de acuerdo o no, conoceréis las canciones o no, pero hacedme un favor: mandadme un correo comentando versiones que os gusten o, mejor aun (qué malo soy), que detestéis profundamente.
Bye bye, love, hello loneliness. Y aquí os queda esta impresionante canción. De nada.

jueves, 2 de octubre de 2008

Las croquetas de mi Puri


Bueno, bueno. El Tesoro Público, denunciado por un anuncio sexista, en el cual un hombre afirma que no deja a su mujer porque hace unas croquetas excelentes. El anuncio ha sido calificado de gravísima agresión a las mujeres. Concedo que tal los publicistas vez no estuvieron muy espabilados, dada la hipersensibilidad con ciertos temas. Sin embargo, no dejo de preguntarme si habría sucedido algo si en el anuncio una mujer dijese que no dejaba a su marido porque es un as del bricolaje. Seguramente, no sucedería nada, de lo que se deduce que la mujer tiene derecho a ser interesada y aprovechar las virtudes del hombre-prototipo, mientras que el hombre no así con la mujer-prototipo. Ahí está la cuestión: cierto sector de hombres (heterosexuales cooperativos en labores caseras, por ejemplo) no tienen quien los defienda. Nos meten en el mismo saco que a los uxoricidas: como el Dios del AT, da igual que haya hombres justos en Sodoma y Gomorra; como el rey francés, da igual que algunos de los cátaros sean justos: mátenlos a todos por si acaso. Ya puestos, seamos justos. ¿Por qué nadie puso el grito en el cielo cuando, hace unos años, en un anuncio de electrodomésticos, los técnicos traían una máquina fantástica y en vez de llevarse el electrodoméstico viejo, se llevaban lo inservible de la casa, es decir, al marido?
Lo curioso es que, dentro del espectro social en que me muevo (funcionarios, clases profesionales de clase media, media-alta), constato que los hombres cocinan con tanta frecuencia (si no más, dado que muchas mujeres de mi generación se han negado a cocinar reivindicativamente) como ellas, y que comparten las labores de la casa con bastante equidad. Pronto tendrá que surgir una línea publicitaria que ampare a este sector masculino de la sociedad, que EXISTE, como Teruel. Pero claro, mencionar la palabra "hombre" remite a un monstruo peludo, violento, gandul y borracho que supura testosterona, el cual, paradójicamente, ejerce una atracción fatal en un número de mujeres amplísimo. Nunca ha vendido mucho eso de ser buena persona si querías ligar. No había como ser malote: las tenían por docenas. Temo que se me malinterprete, porque señalar la parte de culpa de muchas mujeres que eligen el macho alfa maltratador parece ponerte en el lado comprensivo de los maltratadores. Ni de broma. Sobra decir lo repugnante, avergonzante e inicuo de la violencia de estos miserables, es obvio que también desearía que, de tener algo de cerebro, se matasen antes de matar, y que no dejo de sentir escalofríos con los homicidios que entran a diario en las noticias, y me solidarizo totalmente con esas pobres mujeres aterrorizadas por energúmenos mononeuronales, pero es que hablo de algo diferente: estoy harto del estereotipo, de verdad. Aún recuerdo a una ministra del último gobierno socialista antes de Aznar, que dijo literalmente que los hombres son unos babosos, unos seres prescindibles. ¿Imagináis a un ministro...? Buf: renuncia en dos minutos. Hay una profe en mi instituto, por ejemplo, que se dedica a mofarse del género masculino en sus clases; lo hace con sorna, claro, pero a los chicos no les sienta nada bien, porque además no tienen armas para replicar a la autoridad, y eso de definir al hombre como un caracol porque se arrastra y es baboso... Hombre, carece de buen gusto, ¿no? Yo me pregunto, ¿qué ocurriría si un profe se dedicara a denigrar con sorna a las chicas de la clase, cuestionando su inteligencia y sus aptitudes de todo tipo? Saldría en los periódicos, en titulares, y en la tele, y la maquinaria se pondría en marcha para que nunca volviera a dar clase. Lo dicho: parece que para cierto tipo de mujeres el único hombre fiable es un gay; los que estamos entre los gays y los maltratadores permanecemos en un limbo, olvidados, nunca reivindicados. Lo dicho, estoy hasta el gorro.
Creo que voy a dejar de ser bueno. Creo que mejor me voy a vivir a Teruel.