Un día, estaba yo ocioso, y se me ocurrió un relato en el cual en un futuro desaparecieran todos los libros, y que únicamente sobreviviera un trozo de papel con algo escrito en él. Por supuesto, este trozo de papel adquiriría notoriedad religiosa: se convertiría en la piedra angular de un nuevo credo, sin duda, ya que todo lo que es único parece tener que ser mágico o paranormal o divino. Pero la cuestión es que ese papel, claramente incomprensible (lo cual acentúa el carácter pseudo-divino), era un fragmento del prospecto de un medicamento. Elegí Tardyferon (recomendado para las anemias ferropénicas), y me puse a imaginar cómo serían los rezos de esta nueva liturgia, dirigida por un sacerdote supremo a cuya palabra tendría que contestar la congregación a modo coral. Sería algo así:
Sacerdote (voz gangosa y cansina, típica de curas): Ácido ascórbico...
Congregación (unánime, enérgica): ¡Deshidratado!
Sacerdote: Sulfato ferroso...
Congregación: ¡Sesquihidratado!
Sacerdote: Mucoproteosa...
Congregación: ¡Almidón de patata!
Sacerdote: Copolímero de ácido metacrílico...
Congregación: ¡Y metacrilato de metilo!
Sacerdote: Citrato de trietilo, polividona, talco, estearato de ácido...
Congregación: ¡Metacrílico!
Sacerdote (pregunta retóricamente a la congregación, que deberá responder): ¿Eudragit E?
Congregación: ¡Copolímero de ésteres del ácido metacrílico y ...!
Sacerdote (concluyendo la liturgia): ...Dimetilaminoetilmetacrilato.
Alguno pensará que esto es un poco exagerado, pero no lo es tanto. Hasta el Concilio Vaticano II la misa se daba en latín, y dado que la inmensa mayoría de la gente no tenía ni idea de latín, las palabras del cura le sonaban lo mismo que a mí "dimetailaminoetilmetacrilato". Lo único real de esta idea un poco absurda es el poder omnímodo de la palabra, sobre todo de la palabra desconocida. Por eso ahora Ratzinger quiere recuperar la misa en latín: quiere recuperar el poder de la palabra sagrada, por incomprensible; es matar dos pájaros de un tiro: se recupera el espectáculo mistérico del catolicismo, y de paso no corres riesgos porque nadie te entiende ni jota.