domingo, 30 de marzo de 2008

Guía para el lector de "Alas Negras"















ALAS NEGRAS (2001)
(Editorial Algaida, Sevilla, 2002)

>Historia de una novela

Un sábado de noviembre de 2001 recibí una llamada nocturna desde Villanueva de la Serena. El presidente del jurado del premio Felipe Trigo de ese año, Alfonso Ussía, me comunicaba que era el galardonado con esta obra en la modalidad de novela breve. Ussía tuvo la poca delicadeza de decirme, y decir al público que se congregaba para asistir a la entrega de premios, que él no me había votado. Al parecer luchó denodadamente para que en la votación final venciese otra novela, y debió de amargarle ese pequeño fracaso. Yo, pese a la falta de tacto y educación de este presunto dandi, apenas pude dormir, ya que se había hecho realidad mi sueño: un año más tarde me publicarían la novela, "Alas Negras", la tercera que escribía. Aún me quedaba un año de espera para verla florecer ante mis ojos. Aún no sabía del formato de bolsillo en que se iba imprimir, formato que hizo que se me cayera el alma a los pies. Pero, como a todo hijo imperfecto, aprendí a amarla.





La entrega del premio por Carmen Serradilla en Villanueva de la Serena
>Claves

El título de la novela me vino dado por una canción de Tom Waits, del álbum "Bone Machine", titulada "Black Wings". "Black Wings", en la canción, es un bandolero temido y admirado, cruel y magnético. Muchos de estos rasgos acabarán por encarnarse en Ernesto Freijo, otro personaje de la novela, y eje central de "Crónica del traidor" así como una presencia inquietante en el relato largo Yo guardaré el secreto. Usé un fragmento de la canción para el epígrafe de la novela, y me apropié asimismo de un extraño procedimiento homicida: el estrangulamiento con una cuerda de guitarra. Un par de años más tarde me sorprendió leer en un artículo de Tomás Eloy Azorín en El País acerca del asesinato de una niña de la alta sociedad bonaerense de principios del siglo XX por el mismo procedimiento.
Para hacerme una idea de la casa de Alas Negras, esa que aparece en la tercera sección del libro, me inspiré en una casa sita en la localidad de Mañente, a dos kilómetros de Monforte de Lemos, una casa aislada en medio del bosque, atemporal, extraña.




La casa de Mañente, deudora de Hansel y Gretel

Alas Negras es un personaje esquivo, que ni yo mismo comprendo bien, tal es su naturaleza. Lo hago aparecer, o al menos a un ser similar que pudo ser él mismo o su predecesor, en el relato "In eremo" perteneciente a Historias de Vega y es una constante en todo el ciclo de Zabiega. Ernesto Freijo se convierte en una especie de aprendiz o siervo, predestinado a ocupar el lugar de Alas Negras. Pero hablaré más de él otro día, si dedico la sección a "Crónica del traidor".
La clave de la novela tiene el nombre de Ulises, y el apellido de Eugammón de Cirene, escritor griego del siglo VI a.C., autor de la obra perdida Telegonía, en la que me inspiré para crear la trama. Fui dejando pistas por la novela para que el lector avezado hallase los paralelismos, algunos realmente difíciles de deducir. Estos son los hechos:
Manuel Vidal, el único superviviente de un maquis que operaba en El Bierzo y alrededores, regresa a su hogar tras quince años en el monte al haber sido dado por muerto. En ese largo período se ocultó, años atrás, en la casa de Ana Valcarce, Cibeles, mujer enigmática de dudosa reputación que encarna a Circe, la maga. Para reafirmar la imagen de Circe le puse como acompañante a un cerdo enorme, ya que Circe había convertido en cerdos a algunos hombres de Ulises. El nombre del cerdo es Arnaldo. Se me ocurrió bautizarlo así porque imaginé un animal rosadote, grande, desagradable y bruto, que asocié directamente con un político vasco homónimo. Lo malo fue que, como le pasó a García Márquez con "El otoño del patriarca", que acabó sintiendo piedad del tirano que creó, me acabé encariñando con ese animalote.
Años más tarde, volviendo a ver la película "Misery" de Bob Reiner, caí en la cuenta de que quizá lo de la mascota porcina lo guardaba en el inconsciente a raíz de haber visto la película años atrás.
En la obra de Eugammón de Cirene, Circe y Ulises tienen un hijo, llamado Telégono, que significa “Nacido lejos”, frase que pronunciará Aurora a Damián. En "Alas Negras" Manuel desconoce la existencia de su hijo Damián, quien, al desconocer también la identidad de su padre, será su ejecutor. Mientras Manuel se aproxima a su hogar, Aurora, su esposa, aguarda a que Damián regrese de cazar, y piensa tanto en él como en el hijo que ella tuvo con Manuel, Fernando, quien encarna el papel de Telémaco al partir hacia el Oeste para recabar información sobre su padre, del que sospecha que está vivo. Fernando será el protagonista de la tercera sección de la novela, "La búsqueda".
En la obra perdida del griego, Telégono mata a Ulises, y después huye de Ítaca con Penélope, quizá para casarse y vivir en algún lugar remoto. Esto nos remitiría al epílogo de la "Crónica del traidor".
Hay otros paralelismos más con la Odisea, de más difícil hallazgo. Igual que Ulises había construido su cama de un olivo, Manuel había elaborado la suya con madera de tejo. El tejo es el árbol tótem de "Zabiega" y de mi novelística, ya que incluso le reservo el protagonismo en un relato de "Historias de Vega" titulado "El tejo de San Cristóbal", y vuelve a aparecer más recientemente en la novela "Ceniza y humo" cuando los protagonistas hacen una excursión hasta el tejedo o “teixedal” de Casaio, en los límites de Ourense y Zamora.


El tejo milenario de San Cristóbal, cerca de Ponferrada


Por otro lado, el otro paralelismo lo hallamos cuando, uno de los años en la guerrilla, el grupo de Vidal tenía a la vista la casa de este, y un cambio repentino de viento hizo que los sabuesos de la guardia civil captaran su rastro, por lo que tuvieron que huir y alejarse definitivamente: eso fue lo que le ocurrió a la nave de Ulises cuando se abrió el odre de los vientos, y se alejaron de su patria, que tenían ya a la vista, para nunca más volver, excepto en el caso del protagonista. Un último guiño al lector es cuando Manuel dice que una vez muerto, él es “nadie”, como dijo Ulises a Polifemo.

>Manuel Girón

Nunca pensé que el hecho de que mi protagonista se llamase Manuel, como el célebre guerrillero Manuel Girón Bazán, llevaría a tal confusión. Estoy por pensar, incluso, que el presidente del jurado del Felipe Trigo ni llegó a leer mi obra, ya que su ideología le llevó a pensar que mi novela sería un relato hagiográfico del maquis, cuando no es así. Pero esto son suposiciones. Manuel Girón sale en la novela, sí, pero ya muerto. Girón fue traicionado y asesinado en unas cuevas en las Puentes del Mal Paso, cerca de Molinaseca. La guardia civil decidió añadir un cadáver al escenario, tal vez para hacer ver que les hicieron frente y no fue una lucha tan desigual. Santiago Macías, en sus libros sobre el maquis leonés, ha investigado exhaustivamente este episodio, por lo que recomiendo que lean El monte o la muerte (Temas de Hoy, Madrid, 2005) a los interesados.

Conocí a Santiago Macías en la presentación de Alas Negras en Ponferrada, en el invierno de 2002, a punto de que le publicaran el libro sobre las fosas del franquismo, y ya en plena vorágine con su labor de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Desde aquí le felicito por toda la verdad que ha hecho salir a flote tanto él como sus colaboradores. Yo, por mi parte literaria, me permití la licencia de incluir un muerto más en este episodio del asesinato de Girón, muerto que en la ficción creerán identificar como Manuel Vidal. Aparte de Girón el otro muerto, que tiene nombres y apellidos reales, lo hice pasar por el abuelo materno del protagonista de la novela Arroyo de Luna. Recomiendo encarecidamente leer la historia de Manuel Girón, pues condensa todos los ingredientes de una tragedia clásica, aunque lo atroz es que todo lo sucedido fue cierto.

Como aclaración a algunas dudas generalizadas, explicaré lo siguiente: el hombre que visita a Cibeles y (sin pronunciar palabras) le predice su futuro y le da el don de la anticipación es Alas Negras, que es, también, el que roba el libro de Aurora, que reaparece en las últimas páginas del libro, pues la casa a la que llega Fernando no es otra que la de Alas Negras, el hombre silencioso que acompaña a Ernesto Freijo.¿Cuál es el papel de Ernesto Freijo? Bien, pues es el sucesor y de momento aprendiz de Alas Negras. Todo esto queda más claro en "Crónica del traidor", que espero veáis publicada algún día.


Como anécdota, he visto resúmenes curiosos de la novela en la red y en la prensa. Una librería norteamericana la presentaba como una novela sobre la resistencia francesa, y un periódico de Vigo comentaba el argumento de la novela diciendo que por los bosques había unos “monstruos llamados ‘alas negras’”. Entre esto y los pitufos hay muy poco trecho. Por fortuna, existen otras cuatro reseñas periodísticas que se ajustan a la realidad que quise crear con mi novela: estas salieron en el Diario de León, Diario de Pontevedra, Revista Galega do Ensino y ABC.
En Alas Negras no reflejo un paisaje conocido, sino que mezclo en mi cabeza distintos paisajes posibles de diferentes lugares, lo que no obsta para que cualquier persona que conozca El Bierzo, La Cabrera o El Caurel pueda identificarlos como perfectamente creíbles. La naturaleza forma una parte importantísima en la novela, de ahí la profusión de términos relativos a la flora y la fauna, aunque especialmente a los árboles. Los dos árboles fundamentales son: el tejo, relacionado estrechamente con Manuel y, paradójicamente, también el árbol en el que habita el mirlo, pájaro heraldo de Alas Negras; el árbol de Judas o árbol del Amor, que representa a Ernesto Freijo, por su ambivalencia. Existía hasta hace poco un árbol de Judas en la Calzada Nueva, en Ponferrada, en una vieja casa ahora derribada que te encontrabas al bajar la Calzada Vieja. Es este que pueden ver en la foto.


En la novela, el propietario le dice a Manuel que se trajo unas semillas de los árboles de las calles de Madrid, lo cual es ficción pura.
El espíritu natural de la novela me ha perseguido intermitentemente desde hace siete años: hace tres años escribí "Serbal de cazadores", posiblemente mi mejor relato, y decidí incluirlo en la colección de cuentos "Historias de Vega", en posición preeminente, por lo que hube de hacer algunas modificaciones en el resto de los relatos. Pronto lo publicaré en este blog.

>Una recomendación
A todos los que les ha gustado Alas Negras es muy posible que les guste "Los girasoles ciegos" (Anagrama), del tristemente fallecido Pablo Méndez, una obra ciertamente impresionante, que recomiendo encarecidamente a todos los amantes de la literatura. Y si el tema del maquis les ha enganchado, léanse el clásico de Julio Llamazares Luna de lobos (Seix-Barral).

>Una aclaración
En la página 63 de la novela hay un error. Donde se lee “Martín Vidal” tendría que leerse “Martín Valcarce”.

sábado, 29 de marzo de 2008

Grizzly Man



Hace unos tres años Werner Herzog dirigió el documental Grizzly Man. En él, vemos la historia de Timothy Treadwell, un joven que vivió tresce años en Alaska en compañía de osos grizzly. Pero lo importante del documental no es que viviera con ellos, sino que, literalmente, quiso ser uno de ellos. En estos animales salvajes en contró una "humanidad" (¿"osidad?") y unos valores que no parecía hallar en sus congéneres. de hecho, una de sus frases fue: "Cómo odio el mundo de los humanos".



Treadwell cruzó un límite que nunca se debe traspasar. Llegó a olvidar que eran animales movidos por su instinto, y, al final, tanto él como su novia perecieron trágicamente, devorados por un oso recién llegado al territorio. Es impactante un comentario del director, un hombre tan acostumbrado a profundizar en las grandes quimeras del hombre (Fitzcarraldo, Aguirre...), al ver la cara de uno de los osos: "No vi un mundo mágico en él, sino la indiferencia abrumadora de la naturaleza". Así pues, el tema central, creo, es ese límite que no se debe traspasar.
Pero sucede que desde los países anglosajones (países con reglas sociales de comportamiento tan frías y estrictas que solo pueden hallar consuelo achuchando a sus peluches vivientes) se ha extendido al mundo occidental la idolatración del animal más allá de lo congruente. Y, desgraciadamente, vemos que cada vez más gente quiere más a sus mascotas que a sus familiares, o que al resto de la raza humana, lo cual refleja unas innegables carencias en la vida personal de cada uno. A mí, lo confieso, me espeluzna ver cómo los fanáticos de esa nueva religión, la mascotalatría, sufren lo indecible por los padecimientos de un gato abandonado y en cambio ni siquiera pestañean al ver el rostro de infinita tristeza de algunos niños que suben al colegio con la mirada vacía, niños maltratados y acaso torturados. Tal vez si estos niños maullaran y comieran Friskis y estuvieran durmiendo todo el día se fijarían más en ellos. Pero comen Chaskis, hablan y se mueven: son humanos, qué horror.
Conozco a través de mis hermanas una anécdota de una cooperante médica en un país africano. esta mujer se llevó su gato, digamos a Malaui, por ejemplo. Y tuvo la falta de pudor de, ante gente nativa de este lugar, darle al minino un zanco de pollo. Este zanco es el aporte de proteínas de una familia media de, por ejemplo, Malaui, en un mes entero. Sin embargo, ella lo halló lógico en su lógica perversa. hay gente que sería capaz de robar comida de un centro de refugiados con tal de que sus putos gatitos de angora no sufriesen estrés traumático.
Hay otro aspecto de las mascotas que me pone de los nervios. Cuando veo a la gente pasear por la calle perritos con modelitos escoceses, otros con lacitos en el pelo, otros recién salidos de su sesión de manicura... bueno, es que me dan ganas de atar a los dueños (suelen ser dueñas, que conste) y liberar a estos pobres bichos de algo tan humillante. Y es que esa gente que viste a sus perritos como si fueran Mariquita Pérez, y que tanto dicen defender a los animales, están faltándoles gravemente a la dignidad.
Sobre la dignidad animal recuerdo otra noticia de hace unos meses. En este caso, hablamos de los grandes primates, seres tan inteligentes que se alejan de la "indiferencia abrumadora" de las demás especies. Una mujer holandesa iba todos los días al zoo a contemplar un gorila. Ella le hacía alharacas y carantoñas a distancia, y el gorila parecía responder con gestos gorilescos. Conectamos, pensaba ella. El caso es que un día la mujer volvió a su mirador, y no vio al gorila. De repente, noto una presencia a su espalda. El gorila había escapado de su foso y había ido directamente por ella. Le arreó unos mamporros terroríficos, le rompió un brazo, y ya la arrastraba hacia quién sabe dónde para hacerle quién sabe qué, cuando los empleados del zoo lo durmieron con un dardo tranquilizante. El gorila fue directamente por ella, cuando pudo haber ido por cualquier otro. La mujer ignoraba que cuando el gorila gesticulaba desde su prisión lo que le quería decir era: déjame en paz, no te burles de mí por ser un prisionero, y cuidado conmigo si me escapo. La mujer ignoraba que los gorilas, al igual que el resto de los simios, tienen dignidad, hasta un punto que nos quedaríamos anonadados (un chimpancé es capaz de rechazar su parte en un reparto si lo considera injusto, con lo que maneja conceptos como dignidad y justicia).
Grizzly Man. Gorilla Woman, un nuevo título para otro documental.

A Esther Olmeda, la musa de Valdilecha

jueves, 27 de marzo de 2008

Irak va bien, dijo Ánsar






Irak va bien, dijo Ánsar. Cincuenta muertos diarios.
Pero va bien, repitió Ánsar. Guerra civil chií-suní.
Mirusté, Irak va bien, reiteró Ánsar. Millones de refugiados.
Je, je, je, claro que va bien, afirmó con sorna. El área de Oriente Medio está al borde de la deflagración.
Irak va muy bien, dijo. Al Qaeda consigue legiones de durmientes esperando para autoexplotarse.
Lo que va mal es España, afirmó, patrióticamente, en todos los países que visitó.

Creo que Ánsar es el único ex presidente que viaja por el mundo alardeando de detestar su patria (su patria también son los millones de votantes de su partido rival). Ánsar es único. Observa todo como el ojo de Sauron en "El Señor de los Anillos"; desde el Monte de la FAES, hace que se multipliquen los orcos de la bandera del gallo, pero al final, afortunadamente, vence el Bando de la Luz. Ánsar nunca le perdonará a "su" pueblo haber salido por la puerta de atrás con los muertos de Atocha en la espalda ("gentuza", les llama a esos difuntos de la clase trabajadora, y para colmo emigrantes, la venerable gente de la AVT, otro ejército de orcos más, alentado por el Bando de la Oscuridad), ni los gritos que sufrió en aquellos dramáticos días de marzo, ni, por supuesto, haber perdido unas elecciones que se podrían haber ganado simplemente con decir que los terroristas islámicos habían puesto las bombas.
No le importó que el precio de poner los pies sobre la mesa de una habitación del rancho de Bush (otro presidente único: a su lado, Ronald Reagan parecía un intelectual de la "rive gauche") fuera meternos en una guerra que a nadie aquí interesaba, ni siquiera al setenta por ciento de los votantes de su propio partido. No le importó que no existieran las armas de destrucción masiva. No le importó que España se dividiera en dos durante esta legislatura, con una acritud casi sin precedentes, gracias a él, a su institución pro-franquista, y a sus turiferarios de las ondas (¿qué es Jiménez Losantos? ¿un uruk-hai?), de la prensa (llamémosle Exuperancio, para que se abstenga de sermonear a los españoles), de la Iglesia (¿tienen los huevos de unirse a los secuaces de las ondas y la prensa para llamar subvencionados a los artistas cuando ellos viven exclusivamente del dinero del Estado laico?) y de la política en general. ¿A alguien le extraña que Gallardón, Piqué o Arenas parezcan elfos si los comparamos con Acebes, Esperancita y Zaplana?
Muchas cosas han cambiado, pero Ánsar sigue con sus dientes de conejo y su bigote Adolf Chaplin que oculta un labio semileporino, e infringiendo normas de tráfico porque a él nadie le dice cómo conducir, ni cuántos vinos puede beber antes de ponerse al volante. Oh, qué hombre. Única novedad: la melenita grasienta, que tan mal queda con un Lacoste rosa de pico. Dios, no me digan que encima ahora va a crear moda...
En fin. No sé si sabrán que un ánsar es un ganso (es una de esas palabras que salen solo en crucigramas, como "tas", "ova" y otras legendarias; y, por cierto, hay, entre otros, ánsar común, ánsar clavo... y ánsar careto. Qué apropiado.). Y un ganso es, técnicamente, un pato. Y, sabrán también que todos los patos son, lo quieran o no, hijos de pata.

A mis hermanas Reyes y Susana

martes, 25 de marzo de 2008

Waltz #2: Elliott Smith










"Canciones que debes conocer (e incluso escuchar)"

Para mí Elliott Smith fue un gran hallazgo que debo a mi cuñado Juan Pedrido. Me gustan demasiadas canciones, pero tengo que personalizar en una: "Waltz #2" del disco "XO". Es una canción sobre un chico (presuntamente Elliott) que ve cómo su amor se ha casado con otro, y la ve pasar por la ciudad, aunque cree detectar en ella una tristeza que no quiere revelar a los demás. Esta canción está emparentada con otra de mis favoritas, "All cleaned out", rescatada de los años en que grabó sus obras maestras, "XO" y Either/Or" a principios-mediados de los noventa, en el álbum "New Moon".
El vals número 2 posee un estribillo desgarrador por lo romántico y lo desesperanzado, una canción muy apta para cuando uno se halla sentimental y canta las canciones con entrega: "I'm never gonna know you now / but I'm gonna love you anyhow" (Ya nunca te voy a conocer pero de todos modos siempre te querré).
No obstante, si hablo de "XO" (que significa "besos y abrazos" en las cartas y los mensajes) no puedo menos que citar "Bottle up and explode!", tal vez el tema más georgeharrisoniano de Smith, y mira que tiene unos cuantos. Existe una versión con piano de este tema que te pone los pelos de punta, y te hace recordar la legendaria "While my guitar gently weeps" de The Beatles, a la que tuve acceso gracias a las búsquedas infatigables de mi amigo Juan Castaño ( AKA Jack Chestnut the Searcher), a quien tuve el honor de dar a conocer a Smith.
Y también, cómo no, debo citar esa obra maestra de su último álbum de estudio "From a basement on a hill": "King's Crossing". O "Division Day", un título que uso frecuentemente como seudónimo en la plica de los concursos a los que me presento. O "Between the bars", que me olvidaba. Escuchadlas, pero tened cuidado: si Elliott entra en vuestro corazón, será muy difícil que lo expulséis. Es como el cuclillo: nace del mismo tamaño, pero crece mucho más que los polluelos del nido en que lo abandonó la madre cuclilla.
Por otro lado, comentar un dato un tanto extraño sobre su muerte, hace cosa de cinco años. Elliott era un hombre de tendencias suicidas, innegablemente, además de drogadicto, ciclotímico, y quién sabe cuántas cosas más. De hecho años atrás hizo una tentativa de suicidio que fracasó, pero se malhirió gravemente. El caso es que el día en que murió estaba con su novia, Jennifer Chiba. Según la versión de esta, discutieron, y ella se encerró en el baño. Acto seguido oyó un grito, y salió de su encierro. Vio a Elliott con un cuchillo clavado en el pecho. Poco después se desplomó. Curiosamente, dejó un post-it diciéndole que la quería y lo sentía, aunque con su nombre escrito incorrectamente. Es raro que uno escriba mal su nombre, a no ser que se llame Schwartzenneger (¿lo he escrito correctamente?).Y, otra cuestión curiosa: tenía más de una cuchillada en el pecho. No sé si saben ustedes que NADIE es capaz de acuchillarse más de una vez: los japoneses precisaban de ayuda cuando se hacían el hara-kiri, pues un elegido les cortaba la cabeza en cuanto el cuchillo entraba en el cuerpo. Por tanto, si ni siquiera un japonés es capaz de hacerlo, ¿cómo pudo Elliott clavarse el cuchillo más de una vez? Misterio. Dicen por ahí que no se quiso profundizar en las investigaciones. Al fin y al cabo, era un drogata feo y triste con aspecto de mendigo y tendencia a perder el control. El Sueño Americano, vaya.
En fin, rindámosle un homenaje escuchando sus canciones eternas.
Adiós, Elliott.
Adiós, todos.

A Juan Castaño

sábado, 15 de marzo de 2008

Colateral: coyotes



"Pequeños momentos memorables en la historia del cine"



El hecho de que actúe Tom Cruise en una película suele ser para mí razón suficiente para no ir a verla. Sin embargo, accedí a ver la película "Colateral" por sus buenas críticas. Y debo confesar que vi al mejor Tom Cruise posible en este mundo.

De la película, quedan para el recuerdo la frialdad del personaje de Tom Cruise, asesino a sueldo muy profesional, y la breve pero intensa aparición de Javier Bardem. Pero, por encima de todo, hay una escena que se me ha quedado grabada por su condición, digamos, onírica.

Tom Cruise navega por Los Angeles en un taxi. El taxista ha sido secuestrado por él para el fin de llevarlo a diversas direcciones y cumplir con sus letales encargos. El taxista sabe que cuando acabe la noche morirá, por lo que su estado de ánimo no es precisamente jubiloso. Pero en un instante, viajando por Koreatown, hace su aparición un coyote en medio de la carretera. Ambos personajes se le quedan mirando, perdido y confuso en la megalópolis, y ambos, por un segundo, comparten algo: una ilusión, un sueño, una solidaridad o una admiración por el coyote. Esas sonrisas de los protagonistas proporcionan un instante de emoción difícil de definir y, por ende, memorable. Por alguna razón me viene a la mente la escena del tigre en "Apocalypse Now!", también con un gran componente onírico. Los animales fueron creados para que podamos crear símbolos.

El coyote, además, es una animal totémico en Mesoamérica. Su carácter esquivo, su inteligencia destacable, su fealdad directamente proporcional a su astucia (no es tan horrible como el licaón o el chacal, que parecen leprosos, pero un lobo parece un modelo de Gucci al lado de un coyote), su intangibilidad, hacen de él un animal tan misterioso como la lengua de los navajos.
Por eso en la famosa serie de dibujos animados era el Coyote quien construía extraordinarios artilugios marca Acme a fin de atrapar a su estúpido antagonista, el Correcaminos, un ave (gilipollas, como todas las aves) cuya única virtud es la velocidad bip-bip, y que siempre acaba frustrando a un brillante Coyote que acaba cayendo en los abismos del Gran Cañón. De pequeño rogaba por que un día el Coyote capturara al puñetero Correcaminos y se lo zampara. Nunca tanto esfuerzo fue tan poco valorado. Al final, es más posible que sea el veloz Correcaminos de pocas luces quien se zampe al inteligente Coyote. Y esto, no sé por qué, me hace pensar en Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre. Pongan ustedes la etiqueta coyotesca o correcaminera a quien les parezca.
En fin, creo que ese odio al Correcaminos es compartido por mi generación (al menos Félix Romeo piensa lo mismo que yo). pero, a lo que íbamos al principio: vean la película "Colateral", pues creo que merece la pena, y fíjense en ese pequeño momento memorable. No se arrepentirán.
Hasta pronto
Bip-bip

miércoles, 12 de marzo de 2008

A Agustín Fernández Paz




Querido Agustín: como lo prometido es deuda, ahí te mando un relato breve que he extraído de una novela fallida (llamada "Momentos Estelares (Hoka Hey)") que nunca saldrá del purgatorio. Es lo menos que podía hacer por un superviviente de un homenaje en el instituto. Gracias por las direcciones, y ahí va. Se llama "Ella", y a ver si te gusta. Yo creo que se me fue un poco la olla cuando lo escribí.


ELLA


Y es que ella habitaba el vaho de los cristales, la cálida lluvia de octubre, las hojas muertas de las alamedas, los puños poderosos de los plátanos podados, el musgo que cohesiona las piedras de las balaustradas, el fa menor de las canciones, las velas que arden junto a las camas, las moléculas de todos los perfumes, el germen de todas las prendas, la arena que se adhiere a los zapatos, las baldosas inestables que salpican las perneras, las cremalleras metálicas de dentadura imperfecta, las rojas manzanas brillantes y pecadoras, los broches rutilantes sobre negro, los volantes y los timones, el espíritu espurio de la gomaespuma, el desafío de la seda, los siniestros aledaños de los coches de choque, el guiño arrogante de los semáforos, los cuerpos cimbreños de las gramíneas, el violento relumbrón de las montañas rusas, la forma serpentina de la fibra óptica, las huellas efímeras de los esteros, las líneas curvas de las catenarias, las puntas afiladas de la Estrella Polar, los sinuosos orificios de las caracolas, los vibrantes bafles analógicos, los abandonados luquetes de las copas vacías, los charcos reflectantes e irisados, el vuelo frenético de los vencejos, la luna ensartada en las antenas, la noche trufada de sudor y lasitud, el calor luminoso de los flexos baratos, los harapos rosados del crepúsculo, los halos circulares de las farolas, las buhardillas agazapadas, el bosque futurista de los parques eólicos, el misterio inescrutable del MS2, la luz intermitente de las televisiones reflejada en las caras, el envoltorio ustible de los corazones, todo lo visible y lo invisible, lo dextrógiro y lo levógiro, lo fenoménico y lo nouménico, y también podías percibir su pálpito en los oxidados grilletes de las mazmorras, en los puñales aztecas de obsidiana, en las celdas estalinistas de desorientación, en los seres alígeros exterminadores, en los fétidos calabozos de la isla de If, en la Gehena jerosomilitana, en las tristes chozas que habitaron los expulsados a la tierra de Nod, en los angostos callejones de la Gran Puta, Babilonia, en los dientes curvos de los crótalos, porque ella era, además y pese a todo, su bandera, su himno, su patria, su mediodía, su cenit, su canción, (sí, lo sé, estoy plagiando a W. H. Auden), y cómo iba él a imaginar que el nadir estaba a la vuelta de la esquina, que sus latidos viajaban a merced de unos piratas, él, que creía ser un cisne, que sostenía que una vez construido el nido, la vida fluiría con la naturalidad con que transitan las estaciones, pero ella no era más que un ave de paso que retorna al albur del clima, o el cuclillo que crece al socaire de la sangre ajena, y por eso, porque existía el retorno mas no el tiempo prefijado, se dedicó a buscarla en otros cuerpos y a expiar sus pecados con la desesperación del réprobo, ella es una buscavidas, le argumentaba Eddy, su mejor amigo, ella es como Chihuahua Pearl, una golfanta manipuladora, exponía Telefa, su segundo mejor amigo, ambos persuadiéndolo de lo fútil que resulta pasar una vida esperando la llegada de una sombra pasajera, esprinta, pedalea, déjala atrás, le incitaba Eddy, en perfecto argot ciclista, no dejes que te haga la goma, como hacía Zoetemelk, que ni iba ni venía, demarra, tírate a tumba abierta, a tumba abierta, sí, a eso iba, sin duda, y sin necesidad de impulsarse Puy de Dome abajo, pero es que ellos no comprendían que nadie se resistía a su ondulado cabello trigueño, a su expresión de tristeza sosegada, heredada, pensaba él, de tantos siglos de malos tiempos, un rostro similar aunque no igual al que vio en todas las ciudades gallegas, pero no igual, porque su rostro era irrepetible, todos caían rendidos ante su estudiada melancolía, ante esa imperfecta hermosura que portaba como un estandarte, ante aquellos visajes algo caprichosos también, y algo altivos, y un poco infantiles, de mujer que se sabe diferente, no mejor, o tal vez sí, diferente en su espíritu cimarrón, en su bizarría, en su nerviosa gracilidad de setter irlandés, en su facilidad para hacer pasar a cada hombre bajo las horcas caudinas, y para que ese hombre encima se lo agradezca pues ahí radica su fuerza, en su desapego, en su crueldad aristocrática, despreocupada, en conseguir que una leve sonrisa de compromiso borre de golpe un ensangrentado campo de batalla sobre cuyas armas hincadas al suelo descansan parejas de buitres vigilantes, en saber que inconscientemente los patinadores cincelan su nombre en el hielo. Me llevó quince años romper tu hechizo, cantaba Lloyd Cole, un gran poeta del desaliento. No podemos vivir juntos ni estar separados, graznaba Joe Jackson, otro hombre habituado a la derrota. De alguna manera tendré que olvidarte, musitaba Aute, sofronizando a los artiodáctilos. ¿Qué tengo que hacer para ser algo? Para quererte solo valgo, mascullaba Enrique Urquijo, hermoso cadáver del pop. Ya sé que estás a punto de decirme adiós, pequeño rock and roll, suspiraba Quique González, paladín de la melancolía. Y entre el dolor y la nada elegí el dolor, gemía Nacho Vegas. Tal vez el amor no es más que eso: un pequeño rock and roll, una invención, un engaño, un artificio trompe-l’oeil, un mester con pecado, el rímel corriendo mejilla abajo, una mariposa clavada a un corcho con una aguja.

Y por eso tuve que hacerlo, y allí quedó, sentada frente a la televisión, con la cabeza ladeada como si a su lado se hallara el hombro de un hombre en que apoyarse, con los pies engastados en las zapatillas, tan rápido fue todo que no hubo movimientos reflejos, allí quedó, sola, estática, frente a la luz azulada que surgía del televisor durante el anuncio que promociona el turismo de Andalucía, con una voz larga que dice “y ahí estás tú”, ahí estaba ella, rodeada de luminosidad y flamenco chill-out, como si aún estuviera viva.


(A Agustín, con todo el cariño de un amigo)

sábado, 8 de marzo de 2008

Yoshiro Tachibana




Inicio la sección "Pequeñas biografías de gente grande".







Un día, hace cosa de cuatro décadas, Yoshiro Tachibana llegó a Muxía por azar, justo el ía de la fiesta del Corpiño. No sabremos si fue la expresión gráfica de las emociones típica de los latinos, o si el primitivismo de aquellos ritos y aquella gente, o si el mismo carácetr agreste del paisaje lo que lo conmocionó hasta el punto de desear quedarse a vivir allí para siempre.



Construyó una casa colgada del Monte Corpiño, fundó una familia con su compañera Paz, y sus hijos Namia, Taro y Ziro. Plantó un árbol por cada miembro nuevo de la familia. Sabremos lo importantes que son los árboles para "Nino" (así le conocen todos). Y hasta hoy ha pasado sus días en Muxía, azotado por el viento, pintando cuadros.



Nino se define como artesano más que como artista. Para él, todo lo relativo a lo cotidiano ha de ser arte: las sillas, los enseres domésticos, las mesas, la casa en sí. La vida como arte y bohemia.



En la sala central de la casa hay un cuadro (el que aparece más arriba) en el que figura la siguiente inscripción:







Hombre que conoció



el centro del círculo



se sentó bajo un árbol



bajo el árbol de la vida



bajo el árbol que crece



en el centro del universo





Nino ha sido una gran inspiración para mí. esa inscripción y ese cuadro aparecieron en mi novela "Arroyo de Luna", y otro cuadro suyo, uno de mis favoritos, es un motivo recurrente (y la posible portada cuando se publique) en la novela "El Arlequín". Es el cuadro que encabeza el artículo. Y su misma vida es materia narrativa, por eso, tomándome muchísimas libertades, me permití escribir un relato sobre un hecho de su infancia que él un día me relató. Los detalles están literaturizados, pero queda la esencia. Este es el relato:




YOSHIRO
A Yoshiro Tachibana “Nino”

El niño Yoshiro oyó primero el estruendo de un motor. Después, vio asomar el morro del jeep y, finalmente, el vehículo completo se presentó ante él y los demás niños, que quedaron paralizados igual que si un gran dragón hubiera surgido de las entrañas de la tierra. Un soldado conducía; otro fumaba distraídamente a su lado; el tercero se aferraba a una barra, en pie sobre la parte trasera, como un auriga. Yoshiro clavó las pupilas en la estampa, detenida en un halo de irrealidad. Mikio hizo lo mismo, al igual que los demás. Había visto vehículos de guerra, pero ninguno como aquel. Había caído de repente desde un punto del futuro más lejano, se decía. Y no era menos destacable el uniforme de los soldados norteamericanos, con aquellos correajes, aquellos bolsillos de diferentes tamaños, cada uno con su específico cometido, o las botas sobre los pantalones de camuflaje, o el casco redondo y acolchado que llevaba el conductor, encajado hasta las cejas como si no hubiera acabado la guerra, y esas simpáticas gorras que gastaban los otros dos soldados. Algo tenía que ver ese uniforme con el hecho de haber derrotado al Imperio del Sol Naciente, sin duda.
Los tres hombres parecían divertirse con aquel despliegue de negros ojos curiosos y sumisos, inocentes, temerosos. La calle era de tierra, estaba encharcada por las últimas lluvias; las casas, tradicionales, ni pobres ni ricas. Solo unos meses atrás, esos mismos niños corrían a la colina al crepúsculo, para ver cómo la noche se alumbraba de rojo con los bombardeos sobre la gran ciudad, Osaka.
Los tres hombres hablaron. No. Habló solo el que fumaba. Para ellos, que nunca antes habían visto un jeep ni a un soldado norteamericano, resultó chocante oír su lengua. ¿Cómo era que ladraban? Porque aquellos sonidos se asemejaban a los gruñidos de un perro enojado. Los pocos adultos que no resistieron la tentación de salir de sus casas a contemplar la escena se hicieron la misma pregunta, pero al punto concluyeron que, si los vencedores eran canes, ¿qué serían ellos, los perdedores? Había que ser consecuentes con las derrotas.
Mientras tanto, el conductor movía la mandíbula constantemente, como una cabra ramoneando. Extrañamente, no tenía nada en la boca, si exceptuaban una miga blanca que saltaba por encima de la lengua. De pronto, el conductor hinchó los carrillos, y de sus labios surgió un globo blanco. Tres niños pequeños echaron a correr, muertos de miedo. Aquello era repugnante. Hasta aquel momento, nadie había imaginado que los invasores tenían ese procedimiento para inflar globos. Eran raros. Eran distintos. Pero no daban la sensación de ser malos.
El soldado que seguía de pie fue el que invitó a Mikio a subir al jeep. El niño, comprendiendo el lenguaje gestual del soldado, habría subido de no haber oído el grito de su padre vigilante, un hombre enjuto, moreno, descalzo, con el torso desnudo y una especie de azada al hombro. Había huertas cercanas pese a pertenecer a la gran ciudad. Entonces, invitó a Yoshiro. De haber estado presente su padre, también le habría reprendido severamente. Su padre había sido represaliado por el Imperio, y también por el nuevo gobierno títere, en ambos casos por la misma razón: era comunista. Gracias a sus enseñanzas, a Yoshiro no le tomó por sorpresa que el emperador, al ser derrotado, confesase no ser un dios, sino un hombre.
Yoshiro, libre de trabas, subió a la parte trasera del vehículo, rechazando la mano enorme del soldado. Se sentó contra un lateral, procurando no aparentar la intranquilidad que sentía. Ellos ladraban, y sus ladridos querían hacerle entender algo. Señalaron repetidamente un desnivel muy pronunciado, casi vertical, en la ladera de la montaña en que se asentaba el suburbio. Con gran barahúnda, el coche, en un abrir y cerrar de ojos, se encaramó a la cima de la pared. Yoshiro, desprevenido, se golpeó contra el metal del jeep al no tener donde agarrarse. El soldado que estaba de pie se agachó, y, en cuclillas, le habló con un lenguaje más dulce de lo que había esperado. Este no ladraba. Yoshiro se hallaba dolorido, aturdido, perdido. ¿Y si le estuviera diciendo que se lo llevarían de allí para siempre? El soldado aproximó el rostro a Yoshiro. Los ojos eran tan azules, tan grandes, con tan largas pestañas que pensó estar delirando. Daban ganas de lanzarse a nadar en ellos. El soldado metió la mano en el bolsillo y sacó algo.
―You okay? Some chocolate, kid?
Era un trozo de plata basta, pensó en un primer momento. Después, quedó atónito cuando vio que la plata era un envoltorio, y se dijo lo ricos que tenían que ser para envolver algo en plata, y además tirarlo al suelo del jeep, sin importarle nada. Debajo de la plata había algo de color marrón oscuro. Podía ser una raíz. No olía a nada reconocible. El soldado se lo acercó.
―Eat it boy. Come on, eat it! ―dijo, con una gran sonrisa, con unos dientes increíblemente blancos.
Yoshiro lo cogió en la mano, dubitativo. El soldado juntó los dedos y los dirigió hacia la boca.
―It’s chocolate! Eat it!
Yoshiro se atrevió a hablar. Dedujo que aquella palabra respondía al nombre del alimento que le ofrecía.
―Iret ―dijo Yoshiro, remedando lo que le había dicho el soldado, y mordisqueó el chocolate. Los soldados rieron. Los espectadores se miraban, sin saber qué sucedía―. Iret ―repitió, fascinado por un sabor inefable, indescriptible, irrepetible.
Bajaron la rampa escarpada, y dejaron a Yoshiro en medio de sus amigos. Mikio bajó la vista, envidioso de la suerte de él. El soldado de los ojos azules agitó la mano, y fue gritando “¡Iret!” hasta que se perdió de vista, como esos barcos que se alejan en el curvo horizonte.
Yoshiro nada comentó a sus padres sobre aquellos hechos: conservó ese secreto hasta el día en que, decepcionado, supo que aquella sustancia indefiniblemente deliciosa no se llamaba “iret”. Tuvo que arrojarla al baúl de las palabras perdidas, esas que, cuando somos mayores, en el momento menos esperado vuelven a nosotros, como perros fieles que nos hubiesen estado buscando durante toda una eternidad.
En esos días, la pasión por el dibujo y la pintura empezaba a abrasarle las venas. Poco más tarde, muy precozmente, sucumbiría a la pulsión sexual. Después, viviría una vida azarosa lejos de lo convencional: huiría de la constreñida sociedad japonesa, conocería mil lugares diferentes hasta echar el ancla inopinadamente en un pueblecito recóndito de la costa gallega, donde asentaría un hogar sobre una montaña y plantaría un árbol por cada hijo. En todo ese tiempo plasmó un universo de cuerpos de mujer, ruinas clásicas, árboles de la vida, soles y lunas, caballos alados, arcos iris, pueblos dormidos junto al mar. Pero no puedo dejar de pensar que esa galería de imágenes y símbolos son la vereda que se ha ido abriendo hasta conseguir recrear la explosión sensorial de aquel día lejano en que le dieron a probar el chocolate.


Fin del relato.



Si os han interesado los cuadros, Nino tiene un blog en el que podéis acceder a su obra. La dirección es: yoshiro tachibana.blogspot.com



Por último, me viene a la meoria una canción de Nacho Vegas (una de las mejores) en la que afirma que casi llegó a conocer a Michi Panero, y afirma que simplemente ese hecho es mucho más de lo que uno pueda soñar en mil vidas. Pues bien: yo he conocido a Yoshiro Tachibana. Eso vale por mil vidas.



A Paz

jueves, 6 de marzo de 2008

...y un cuento con tres lunas

Hoy os regalo (¡vaya regalo!, dirá alguno) un relato que empecé a escribir hace unos veinticinco años y fui modificando con el tiempo. Cuando lo escribí mi intención era crear una historia circular e inacabable. No se si lo conseguí. Pero creo que os gustará.


...Y UN CUENTO DE TRES LUNAS

El noble árabe estaba enamorado de una bellísima joven que moraba en la medina de una ciudad del desierto. Él sabía que era bella porque aquellos ojos negros y aquellas finas cejas en arco no podían mentir, y porque sus pupilas refulgieron, él lo notó, cuando se cruzaron con las suyas.
Su padre no veía con buenos ojos su encaprichamiento, pues opinaba que aquello no era amor. Él, al fin y al cabo, acabaría gobernando la comarca, y mejor sería arreglar un casamiento con la hija de un hombre de su mismo rango, o, por lo menos, un advenedizo adinerado. ¡Aunque fuera un comerciante! La medina, decía el padre, barbilargo y cascarrabias, no era lugar donde buscar o aliar fortunas.
Su madre callaba. Recordaba ella con dolor o resentimiento que al fin y al cabo su marido también se había enamorado de ella en la medina de su ciudad natal. Y no pareció importarle esto porque al poco llegó a un trato con el curtidor y se casó con ella. Habían sido felices mientras el dinero no abundó: más tarde llegaron otras esposas. Le habría gustado haberle echado en cara aquel desprecio, pero desgraciadamente ya no era más que una de otras, y ni siquiera la favorita.
El problema era que Omar desatendía sus obligaciones y su aprendizaje de las cosas útiles. Vagaba día y noche meditabundo por la medina, cada vez más apresado en la ansiedad de no poder verla y la posibilidad de que ya le hubiesen elegido marido. Omar no era ajeno a los ojos de las gentes de aquel dédalo, que miraban con codicia, con envidia, algunos con odio, los más con asombro. A él no le importaba, ni se paraba a valorar el peligro de pasear por aquellas calles angostas donde habitaban las más de las veces gente de la peor calaña: Omar quería volver a ver su rostro reflejado en los ojos de su amada. La medina se le antojaba una gran montaña horadada por cuevas que se intercomunicaban hasta posibilidades infinitas, un hormiguero gigantesco en cuyo santuario descansaba la hermosa y unívoca reina.
Una noche, después de discutir con su padre en el patio de las fuentes, salió una vez más a errar por las calles. Subió hacia la ciudad alta aún reteniendo en sus sentidos la fragancia del arrayán y el rumor del agua pronunciando nombres. Se detuvo en la esquina en que el amor lo hizo esclavo y permaneció sumido en sus pensamientos, cautivado por el halo fantasmal que daba la luna llena a la noche desértica. Tan ensimismado estaba que no se apercibió de la presencia de un hombre sin piernas que estaba sentado en un rincón a su espalda.
Omar, dijo el hombre, a quien la gente llamaba Medio-hombre. Omar se sobresaltó y tardó unos momentos en localizar la procedencia de la voz. Omar, siéntate aquí. Te contaré un cuento para que la noche se acorte y el pesar se mitigue. Omar, más sorprendido por la invitación que por el hecho de que supiera su nombre, accedió a sentarse al lado del inválido y procedió a escuchar su relato.
Dicen que no fue hace mucho tiempo, tampoco fue hace poco, en la tierra que llamamos del Norte. Allí, en Saraqusta, vivía la hija del rey moro. Se llamaba Zulema, y no era una mujer común. Sabía leer y escribir y montar a caballo. Esto, que escandalizaría a cualquier hombre temeroso de Alá, divertía sobremanera a su padre. Aun así, su carácter era tan fuerte y su obstinación tan indomable que ni siquiera él, el temible Yussuff, era capaz de doblegarla. Ella no lo temía. Aunque se le conociese como el Terror de la Frontera, su corazón paterno era demasiado blando para con la sangre de su sangre.
Un día Yussuff partió en una de sus expediciones al frente de sus guerreros. Se despidió ceremoniosamente de su mujer y su hija y desapareció tras una gran nube de polvo y ruido.
Esa noche Zulema hurtó las ropas de un criado y se dirigió al establo para montar su caballo favorito. Nadie sabía que todas las noches de luna llena galopaba hasta la frontera. Su padre la habría matado con sus propias manos sólo de pensar que pudiera caer en las garras de los perros cristianos.
Zulema se dejó llevar por el pasmo y la euforia de la velocidad, de sentir en su cara las crines al viento del caballo, de embeberse en su sudor, hasta que se dio cuenta de que esa vez había ido demasiado lejos. Al no reconocer el terreno consideró lo más prudente regresar. Se apeó del caballo y empezó a caminar en círculos para localizar las estrellas. Alá debía de estar enojado con ella, pues al instante se cubrió el firmamento de nubes y tanto la estrella del norte como la luna desaparecieron como si de un castigo divino se tratase.
A pesar de su valor estaba inquieta, y no fue zozobra sino miedo lo que sintió al oír el trote cercano de un caballo. Pensó en huir sabiendo como sabía que su corcel sería sin duda más rápido, pero no lo hizo. Allí, en tierra de nadie, estaba a punto de conocer a su gran, a su único amor. Él era un joven cristiano que se internaba en la franja por si encontraba algún ganado extraviado o los restos de alguna emboscada. Se apeó del caballo y habló a Zulema en su lengua. No pareció sorprenderse de hallar a una joven mora de noche en la frontera. Eso fue lo que le hizo enamorarse de él.
Se sentaron al lado de una hoguera que rápidamente improvisó él. Era una gran imprudencia: podrían ser vistos a gran distancia incluso en una noche así. Pero él mostraba el aplomo y la seguridad de los que han vivido demasiado para sus pocos años. Hablaron de sí mismos, de la vida, del tiempo y las cosechas, de todo lo que unía a todos los hombres, sin nombrar lo mucho que les separaba. Amanecía. Zulema ya no temía nada. Ni el pensamiento de su padre le parecía temible. Quedaron en verse a la noche siguiente en el mismo lugar. Antes de partir él le dijo a ella: espera, te contaré un cuento para que sueñes con él.
Un día, en la frontera, Bermudo divisó la columna de humo en el horizonte. Se temió lo peor, pero la realidad fue aun peor que sus temores. Corrió hacia el poblado, lastrado por el peso de la azada, rogando a su Dios barbudo por que nada hubiese sucedido, que fuese un pajar en llamas o la quema del rastrojo, que no fuese lo que en el fondo ya intuía. Pero el pueblo estaba en llamas, y su casa también. Delante de ella yacían los cuerpos inertes de Inés, su mujer, e Isabel, su hija.
Mientras las lloraba abrazándolas con todas sus fuerzas, pensó en Diego. Gritó su nombre mirando con aprensión cómo se derrumbaba la casa, cómo se reducía a unas pocas cenizas, tan poco era lo que poseían. Volvió a gritar y, para su asombro y esperanza, oyó algo indefinido, que podía ser una voz o también el crepitar de las llamas. Aguzó el oído. Ahora sí pudo distinguir con claridad una voz proveniente del pozo. Se incorporó, corrió para asomarse al pretil. Diego estaba allí dentro, colgado a duras penas de un hierro saliente.
No le dijo que no mirase a los cadáveres. Alimenta tu odio, le exhortó. Diego lloró como un hombre y como tal le ayudó a su padre a enterrar a las infelices mujeres. Sobre la tumba Diego juró venganza. A los pocos días lo vieron partir hacia la frontera.
Todavía era demasiado joven para esa vida, mas su espíritu se fue curtiendo con el cierzo de la llanura. Aprendió a cazar animales, a buscar abrigo en la noche y a eludir las patrullas sarracenas. Un día, sin embargo, se vio sorprendido a campo abierto por un grupo de jinetes moros. Sin montura no podía escapar, no había rocas ni montículos en que hacerse fuerte o guarecerse, así que tomó la decisión de vender cara su vida. Desenfundó el puñal damasquinado que había hallado cerca de unas tumbas infieles y se preparó a morir matando.
La suerte, el destino, o tal vez su Dios le fueron propicios. No estarían a más de cien pasos, el ruido de los cascos de caballos llenaba ese espacio, cuando vio que detenían su avance y súbitamente se batían en retirada. Oyó un nombre repetido: Al-Sidi. Se preguntó qué significaba aquella palabra que les inspiraba tanto terror durante unos instantes, los necesarios para girar sobre sus pies y divisar la mesnada de cristianos que se dirigía a él.
Por la noche, a la luz de una luna grávida y amarilla, Diego habló de sus andanzas con el lugarteniente de aquel hombre adusto e imponente al que los moros llamaban con temor reverencia Al-Sidi. Todos estaban asombrados con Diego, tanto que aceptaron que se uniese a ellos para ayudar en labores menores. Diego disfrutó gustoso de la compañía de aquellos hombres fuertes, valientes y atrabiliarios que en nada se asemejaban a la servil mansedumbre de los campesinos. Debería aprender de ellos hasta estar preparado para retornar a la frontera.
Nuño, el lugarteniente, le relató una historia oída a un prisionero moro para que así pasasen más leves las horas de vigilancia nocturna.
El relato hablaba de un moro rico cuyo primogénito no hacía más que soñar y fantasear con una mujer a la que sólo había visto, apenas vislumbrado, una vez en la medina. Él, que tendría que llevar el mando de la familia cuando su padre falleciese, descuidaba sus obligaciones para dedicarse a la contemplación y a la poesía. Su hermano, Alí, estaba furioso. Él sí que había heredado el carácter fuerte y voluntarioso de su padre. Él sí que sabía manejar la cimitarra, tratar con los notables, domar caballos, pero la ley paterna era inflexible respecto a los derechos del primogénito.
Un día Alí urdió un plan fratricida. Empezó a frecuentar la peor ralea de la ciudad a fin de preparar el asesinato de su hermano. Un hombre, propuso él, lo entretendría contándole cuentos, a los que era muy aficionado: debería ser un tullido para no despertar sospechas. Otro le clavaría una daga por la espalda. Le robarían ropajes y joyas con el fin de fingir un móvil distinto.
Una noche en que la luna llenaba el cielo, mientras el hermano de Alí escuchaba atentamente el relato del tullido (Medias-piernas, creo que le llamaban), el otro hombre lo apuñaló por la espalda. Alí apenas pudo disfrazar su alegría o disimular su previo conocimiento de la luctuosa noticia. Su padre sospechó, y después del entierro determinó que la herencia y la gerencia de las propiedades pasase a un sobrino. Días más tarde mandó a Alí al destierro de por vida.
Alí erró por muchas tierras hasta llegar al mar. En un pequeño puerto mediterráneo embarcó hacia Mayûrca, y de allí a Balansiya, y de aquí hasta el reino de Saraqusta. En Saraqusta se alistó como mercenario en las huestes del rey. En todas las expediciones regresó victorioso y cargado de botines que ofrendaba invariablemente a la hija del rey, de la que se había enamorado perdidamente. Ella no era como él creía que eran las mujeres. Tenía el don supremo de la suprema belleza aderezada con una chispa de locura: una mezcla alquímica que le hizo perder la cabeza a Alí como si fuera un bebedizo. Sin embargo, ella invariablemente rehusó a aceptar sus presentes sin siquiera dirigirle palabra alguna.
Con el tiempo, Alí comenzó a transformarse en otra persona ajena ya al resentimiento contra todo. Su amor, aunque no correspondido, lo cambió radicalmente. Incluso en una ocasión, durante una aceifa en tierras cristianas, perdonó la vida a un niño que, corriendo para escapar de la muerte, se fue a esconder en un pozo, él, que era el brazo derecho del temible rey, y en nada se había mostrado inferior a él en crueldad. Pronto dejó de ser guerrero, y con la venia del rey se le permitió permanecer en Saraqusta con rango de funcionario real para así compensarlo en algún modo por los continuos desplantes de su caprichosa, si bien amadísima hija.
Una noche siguió a la hija del rey. Había sabido por un criado que a veces galopaba de noche, temerariamente. Envolvió los cascos de su montura en trapos y la siguió sigilosamente, manteniéndose a cierta distancia. Veía volar su pelo y moverse su cuerpo sobre el lomo del caballo como haría una sirena sobre una tempestad. Se alejaba demasiado, pero aquello, lejos de preocuparle, le enardecía: ¡ojalá pudiese salvarla de los perros cristianos! Súbitamente se fue la luz del cielo. La oscuridad más penetrante invadió la frontera. Alí decidió aproximarse por miedo a perderla de vista, y fue entonces cuando oyó el trote de un caballo. Desenvainó su cimitarra.
Se arrastró por el suelo con el sigilo de una cobra, también con su instinto asesino, que parecía recobrar por momentos. Oyó la voz de dos personas y vislumbró el resplandor de una hoguera. Un joven de extraño acento hablaba con ella. La voz era amigable, no delataba peligro. Y se puso a escuchar.
Supo, allí, pegado al suelo, de todas las inquietudes y esperanzas de ella. Supo que no lo quería, que más bien lo despreciaba, que no tenía ninguna posibilidad de ser aceptado. Un claro se abrió en el cielo nocturno, y la luna iluminó por un instante el rostro del cristiano. Alí ahogó un grito de sorpresa. A pesar de su mayor edad y su incipiente barba, pudo distinguir nítidamente en sus facciones al niño cristiano al que perdonó la vida en aquel poblado en llamas. El destino se había reído de él, y él no tenía ya deseos ni arrestos para matar al joven. Alá lo había querido así, pues era imposible tanto azar. Volvería al desierto. Purgaría sus muchos pecados.
Alí se alejó con silenciosa pesadumbre. No llegó a oír lo que sucedió al amanecer.
¿Y qué sucedió?, preguntó Zulema mientras un escalofrío recorría su cuerpo. Aún no ha sucedido, contestó él, sin mirarla. Zulema vio el destello de una gema. Era la empuñadura de su daga. Supo que el fin estaba cercano e intentó ganar tiempo de algún modo. Él no la dejaría marchar, estaba claro. Permíteme también a mí que te cuente un cuento, susurró ella. Diego clavó el puñal en la arena, a la expectativa. Miró hacia algún punto de la noche y dijo: sea.
Te contaré la historia de un noble árabe que estaba enamorado de una bellísima joven que moraba en la medina de una ciudad del desierto.

Meridiano de sangre

Inicio hoy la seción "Libros que debes tener (e incluso leer)".



Ahora que Bardem ha ganado el óscar por su interpretación del asesino Chigurh en "No es país para viejos" (No Country for Old Men), es momento de plantearse quién ha escrito la novela en que se basaron los Coen.
Cormac McCarthy, el autor, es de esa estirpe huraña y esquiva que tanto prolifera en el cuerpo de escritores norteamericanos. vean, si no, los ejemplos de Salinger o Pynchon. Para el público en general, es posible que les suene la película "Todos los caballos bellos" (All the beautiful horses), protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz. Esta obra forma parte de la Trilogía de la frontera, pues es este, el de la frontera el tema fundamental de McCarthy. Y siguiendo con la relación del autor con el cine, parece que pronto se estrenará la versión de su novela más reciente, "La carretera" (The Road), la cual no dejará indiferente a nadie y angustiado a más de uno (un día hablaré de ella, amenazo), y también parece que Ridley Scott está buscando financiación para su opus magna, tal vez una de las mejores novelas de la literatura norteamericana de todos los tiempos: "Meridiano de sangre".
No diré que sea fácil de leer; de hecho, incluso los que lean "No es país para viejos" y piensen que es un best-seller a lo Tom Clancy se quedarán sorprendidos por los registros del autor, por sus diálogos lacónicos y afilados, por la magnificencia del paisaje, un personaje más. "Meridiano..." es una de esas obras que dejan en el lector recuerdos perdurables. El ataque indio a una caravana permanecerá en mi mente hasta que me muera. Y los personajes de Clanton, el juez Holden y el niño quedarán para siempre en el olimpo de la literatura.
¿Qué es lo que tiene esta narración? Pues de entrada, su paisaje fronterizo, un extenso océano de desierto y matorral en que se desarrollan las pasiones más fieras y la violencia más gratuita (otra constante de McCarthy). Es fácil asimilar, como hizo Harold Bloom, esta novela a la estirpe de Melville, a la aventura metafísica de "Moby Dick" (si bien Bloom reconoce que solo a la tercera vez pudo acabar la novela, tal era la violencia que se desplegaba en ella). Es claro que Ishmael es el niño, pero los otros personajes cada uno debe emparejarlos como desee. El juez Holden destaca sobremanera, podría ser la ballena blanca, o podría ser el capitán Acab: calvo, albino, melómano, pedófilo... cruel hasta lo inimaginable, es de alguna manera una transposición del paisaje, o del destino.
La historia de McCarthy está basada en hechos reales. El grupo Clanton fue contratado por el gobierno mexicano a mediados del siglo XIX para acabar con los indios que hostigaban a la población. Después de una orgía de sangre y violencia, los mexicanos acabaron por pedir que volvieran los indios. Sospecho, volviendo al cine, que el film "Grupo Salvaje" de Sam Peckinpah tiene algo que ver también con estos hechos, aunque la violencia en la frontera del Río Grande es antigua y persistente. Pero nadie como McCarthy es capaz de expresar el horror, la iniquidad y la indiferencia de la naturaleza ante los hechos humanos.
Al final del libro, el niño tendrá que enfrentarse al juez Holden, por lo que según mi percepción, este personaje representa algo así como el destino. Las últimas líneas previas al epílogo son memorables ("Baila a la luz y a la sombra y es el favorito de todos. No duerme nunca, el juez. Está bailando, bailando. Dice que nunca morirá."), igual que las primeras, tal vez ejemplo paradigmático de como comenzar una novela: "He aquí el niño. Es pálido y flaco...". Comparemos con el "Podéis llamarme Ishmael" de Melville. Creo que existe una relación.
En fin, no se si he convencido a alguien de comprar el libro e incluso leerlo. Gracias a la película de los Coen, Mondadori se ha animado a reeditar su obra, por lo que "Meridiano..." está ya en todas las librerías. ¿No sentís la llamada de la frontera?

A Tomás Ruibal, otro adicto a McCarthy

miércoles, 5 de marzo de 2008

Me siento eléctrico

Hoy me siento eléctrico.
Tal vez sea la resaca de los dos debates, que te dejan una corriente latente en el cuerpo. O tal vez simplemente me gusta el adjetivo "eléctrico". Hace cosa de dos años empecé una novela, titulada como mi blog, "Las tardes eléctricas". Tenía en la recámara una canción de Quique González, "Dos tickets", en que usa la expresión "paisajes eléctricos": me encantó esa frase, y yo decidí nombrar "tardes eléctricas" a los calurosos días de junio en Ponferrada, cuando al sol abrasador de la mañana se sucedía una tormenta descomunal por la tarde, que te dejaba empantanado y aburrido. En la novela, el recuerdo de esas tardes eléctricas sumía a una de las protagonistas en un trance de ira. Quiso la casualidad que cuando estaba a punto de rematar la novela, Marlango sacó un disco titulado "The electrical mornings". Oh, no, me dije. Creerán que he copiado el título (lo cual es horrible), o que soy fan de Marlango (lo cual no está tan mal, porque me gusta más la Leonor Watling cantante que la Leonor Watling actriz). Da igual, al fin y al cabo. Esta novela muy posiblemente permanecerá un tiempo largo en el purgatorio de las novelas, es decir, en el disco duro de mi ordenador. El limbo es la red, por eso pienso ofrecer mis relatos cortos y fragmentos de novelas inéditas en el limbo.
Soy demasiado vulnerable a las canciones, me temo, sobre todo cuando me siento tan eléctrico como hoy. Por eso, en mi única novela publicada, "Alas Negras", el epígrafe es un fragmento de la canción "Black Wings" de Tom Waits, y repito al bendito Tom en una cita de "Las tardes eléctricas"; la canción se titula "November". Es desoladora, es un poco T.S.Eliot, aunque este se sentía eléctrico en abril. Ha cambiado el marco de referencias, y me alegro de ello. Ya nadie siente pudor al citar a un grupo de música pop en vez de a Rilke. A mí, por ejemplo, me comunican mucho más las letras de Eels, Elliott Smith, Tom Waits, Quique González y algunas de R.E.M. (cuando no desbarran de más) que los poetas modernos, aunque siempre hay excepciones. Por ejemplo, José Ángel Valente es el poeta más citable del siglo XX, según mi percepción. Y posiblemente el mejor.
Pero no debo desbarrar más. Hoy me siento eléctrico, y un poco atrabiliario, como el señor Rajoy en los debates. El día 9 votaré eléctricamente para que cierto partido no consiga acceder al poder, pese a que uno de sus hipotéticos ministros también era eléctrico (ahora jubilado de oro), y para que no se gasten, de ganar, los presupuestos del estado intentando hallar a esa niñita paradigmática de la nada.

A mi hermano J.Javier, the man in the plastic mask

lunes, 3 de marzo de 2008

Dios es gallego

Tengo la teoría de que Dios es gallego. Lo demostraré.
Analicemos la historia de Moisés. Moisés sube al monte donde recibirá los Mandamientos. Al llegar a la cima, contempla una zarza que arde pero no se consume (posiblemente era "buxo", o boj, en castellano). Esa zarza le habla, lo cual no deja de ser bastante extraño, pero el caso es que él, curioso de nacimiento, le pregunta a la zarza quién es o a quién representa. La voz responde: "Yo Soy Quien Yo Soy". Moisés, aturdido por la respuesta, vuelve a inquirir: "Vale, ¿pero quién eres?". La voz responde esta vez: "Yo Soy Quien Es". Moisés prefirió dejarse de inquisiciones, y visto el talante de la zarza, y asimismo el uso sibilino y tortuoso del lenguaje del que hacía gala, decidió hacerle caso y bajar los Mandamientos a su pueblo.
Se dice que en realidad Moisés no murió a las puertas de Canaán, sino que emigró hacia Poniente, sentando un precedente en su propio pueblo (bueno, su pueblo emigró hacia todos lados).
Un día llegó a un lugar que con los siglos se llamaría Cambados. En el camino se cruzó con un hombre que iba en manga corta pese al viento glacial que venía del mar. Moisés, admirado, le manifestó que era el hombre más fuerte que había conocido. El hombre afirmó que eso era cierto, pero también que "era o que máis frío pasaba". Desconcertado por estas palabras, entró en una taberna a ahogar el pasmo que le producía la retórica del paisanaje A la luz del vino blanco contó la historia dela zarza a cinco lugareños que acababan de descargar mirra de contrabando. Cuando terminó el relato, uno le dijo: "Dígocho eu"; otro, "Ai, si"; otro, "Ai, non"; el cuarto le espetó: "Andas por aí, calamidá" , y el quinto dijo: "Fala para un menos" y salió de allí a paso lento.
Moisés entonces cayó en la cuenta de que Dios podía ser omnipotente, omnisciente, ubicuo e incluso inicuo cuando se terciaba, pero lo evidente era que, de ser nativo de algún lado, Dios solo podía proceder de esa tierra donde hablaban tan raro.
Se quedó a vivir allí, pues se sentía más cercano a Dios (¡hasta había gente que se apellidaba Dios!), y un día, años más tarde, se encontró por casualidad con otro hebreo, aunque a este le habían obligado a emigrar. El hombre lo reconoció, y, sorprendido, le preguntó: "Moisés, ¿qué haces tú por aquí?" Moisés replicó, en el habla local: "Si cho digo sabes tanto coma min".


A Mané Cuiñas y José Padín

domingo, 2 de marzo de 2008

3 Speed



La sección que inicio hoy en este blog se titula:
"Canciones que debes conocer (e incluso escuchar)"

Más adelante irán saliendo otras secciones, tales como "Libros que debes tener (e incluso leer)", "Pequeñas biografías de gente grande", "Pequeños momentos estelares del cine" y "Miscelánea", sección en la que se tratarán temas de actualidad o incluso os regalaré relatos breves.

La canción estelar de hoy es "3 Speed", del álbum "Electro-shock Blues" del grupo Eels. Este álbum, considerado la obra maestra de Eels (aunque creo que aun es mejor "Blinking lights"), fue grabado tras dos sucesos luctuosos: por un lado, la muerte de la madre de Mark Everett, "E", alma mater de Eels; por otro, el suicidio de su hermana tras un largo historial de graves problemas psiquiátricos. Por lo tanto, el tono del álbum posee constantes referencias a la muerte, si bien las letras a veces son sorprendentes por su humor negro.
"3 Speed" está dedicada a la hermana de E., Elizabeth, y participa de la atmósfera clásica de los temas de Eels: pianos, cuerdas, un ambiente naif, resonancias infantiles, la voz cascada y sugerente de Everett. Siempre me ha conmovido la parte en que habla Elizabeth, y dice:
"want a pony and a birthday cake/want a party with a scary clown/kneel down and bow to the princess/kneel down to the queen of the town", sobre todo por el contraste con el estribillo, en que Elizabeth se mira al espejo (o mira al cielo) y se ve, y se pregunta por qué se encuentra así.
En fin, no digo que sea la canción con la que animaríais un guateque, pero sí afirmo que es una canción conmovedora, como tantas y tantas de Eels.
Hace cosa de un mes se editaron dos álbumes recopilatorios de Eels; uno, "Meet the Eels", es el clásico "grandes éxitos", y el otro, "Useless Trinkets" es una recopilación de caras B, temas inéditos y rarezas. Si os gusta la canción que recomiendo, os fascinará la versión de "Can't help falling in love" de "Useless trinkets", y también "Whatever happened to Soy Bomb", de "Blinking Lights" (álbum en el que colaboró con Tom Waits, o sea que valorad la calidad de este grupo.
Esta sección recién estrenada procurará eludir lugares comunes o grupos de música ligera, que quede esto claro. O sea, que si queréis reseñas sobre Beyonce, Bisbal, Spice Girls o D'Nash, mejor no entréis aquí, porque perderéis el tiempo.
Bien, sin nada más que sugerir, y esperando que la adicción a Eels os alcance, me despido desde mi estudio, viendo cómo las gaviotas se arriman a los tejados y el domingo languidece como solo pueden languidecer los domingos.

tardes eléctricas