jueves, 23 de abril de 2009

Allende y las alamedas

No puedo escuchar las últimas palabras de Allende, ni siquiera leerlas, sin emocionarme. Esa legendaria grabación desde La Moneda en aquel aciago día de 1973, el palacio presidencial bombardeado por el ejército que debía defender la democracia, me pone los pelos de punta, y me produce esa tristeza tan cercana a las lágrimas y tan similar a las imágenes de los vencidos republicanos cruzando la frontera hacia Francia, o los padres despidiéndose de los hijos que se irían a Inglaterra o Rusia durante la guerra civil.
Vi un documental sobre la muerte de Allende. Está demostrado por fin que Allende se suicidó. Su muerte ha causado mucha polémica, pues unos defendían que había muerto luchando, y se negaban a creer en la hipótesis del suicidio. Yo me pregunto qué más da: el suicidio fue una opción coherente. ¿Qué podía hacer un hombre inhabituado a la violencia? Sería reducido con facilidad, sería hecho preso y sometido a terribles vejaciones. Su decisión fue más que valiente: fue incluso honorable. Pero queiro resaltar algunos fragmentos de su última alocución a los chilenos. Empieza con un "je accuse" sobre los traidores de la cúpula militar, sobrevolando la siniestra figura de Pinochet, uno de los mayores cobardes e hijos de perra de la historia del siglo XX; sigue con una despedida, y termina con un canto de esperanza magnífico, conmovedor, poético, cuyo final transcribo literalmente.


Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.


Estas fueron sus palabras.Si un día viajo a Chile, caminaré por esas grandes alamedas y tendré mi momento de recuerdo a Salvador Allende, un hombre bueno que fue avasallado por unos tiempos crueles, despiadados, despóticos. Qué daría yo por poder hacer un discurso así con las bombas silbando a mi alrededor, con la certeza de la muerte tan cercana como el aire que respiro.


(A todos los muertos y desaparecidos de Chile y Argentina. Contra el perdón)


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