sábado, 29 de marzo de 2008

Grizzly Man



Hace unos tres años Werner Herzog dirigió el documental Grizzly Man. En él, vemos la historia de Timothy Treadwell, un joven que vivió tresce años en Alaska en compañía de osos grizzly. Pero lo importante del documental no es que viviera con ellos, sino que, literalmente, quiso ser uno de ellos. En estos animales salvajes en contró una "humanidad" (¿"osidad?") y unos valores que no parecía hallar en sus congéneres. de hecho, una de sus frases fue: "Cómo odio el mundo de los humanos".



Treadwell cruzó un límite que nunca se debe traspasar. Llegó a olvidar que eran animales movidos por su instinto, y, al final, tanto él como su novia perecieron trágicamente, devorados por un oso recién llegado al territorio. Es impactante un comentario del director, un hombre tan acostumbrado a profundizar en las grandes quimeras del hombre (Fitzcarraldo, Aguirre...), al ver la cara de uno de los osos: "No vi un mundo mágico en él, sino la indiferencia abrumadora de la naturaleza". Así pues, el tema central, creo, es ese límite que no se debe traspasar.
Pero sucede que desde los países anglosajones (países con reglas sociales de comportamiento tan frías y estrictas que solo pueden hallar consuelo achuchando a sus peluches vivientes) se ha extendido al mundo occidental la idolatración del animal más allá de lo congruente. Y, desgraciadamente, vemos que cada vez más gente quiere más a sus mascotas que a sus familiares, o que al resto de la raza humana, lo cual refleja unas innegables carencias en la vida personal de cada uno. A mí, lo confieso, me espeluzna ver cómo los fanáticos de esa nueva religión, la mascotalatría, sufren lo indecible por los padecimientos de un gato abandonado y en cambio ni siquiera pestañean al ver el rostro de infinita tristeza de algunos niños que suben al colegio con la mirada vacía, niños maltratados y acaso torturados. Tal vez si estos niños maullaran y comieran Friskis y estuvieran durmiendo todo el día se fijarían más en ellos. Pero comen Chaskis, hablan y se mueven: son humanos, qué horror.
Conozco a través de mis hermanas una anécdota de una cooperante médica en un país africano. esta mujer se llevó su gato, digamos a Malaui, por ejemplo. Y tuvo la falta de pudor de, ante gente nativa de este lugar, darle al minino un zanco de pollo. Este zanco es el aporte de proteínas de una familia media de, por ejemplo, Malaui, en un mes entero. Sin embargo, ella lo halló lógico en su lógica perversa. hay gente que sería capaz de robar comida de un centro de refugiados con tal de que sus putos gatitos de angora no sufriesen estrés traumático.
Hay otro aspecto de las mascotas que me pone de los nervios. Cuando veo a la gente pasear por la calle perritos con modelitos escoceses, otros con lacitos en el pelo, otros recién salidos de su sesión de manicura... bueno, es que me dan ganas de atar a los dueños (suelen ser dueñas, que conste) y liberar a estos pobres bichos de algo tan humillante. Y es que esa gente que viste a sus perritos como si fueran Mariquita Pérez, y que tanto dicen defender a los animales, están faltándoles gravemente a la dignidad.
Sobre la dignidad animal recuerdo otra noticia de hace unos meses. En este caso, hablamos de los grandes primates, seres tan inteligentes que se alejan de la "indiferencia abrumadora" de las demás especies. Una mujer holandesa iba todos los días al zoo a contemplar un gorila. Ella le hacía alharacas y carantoñas a distancia, y el gorila parecía responder con gestos gorilescos. Conectamos, pensaba ella. El caso es que un día la mujer volvió a su mirador, y no vio al gorila. De repente, noto una presencia a su espalda. El gorila había escapado de su foso y había ido directamente por ella. Le arreó unos mamporros terroríficos, le rompió un brazo, y ya la arrastraba hacia quién sabe dónde para hacerle quién sabe qué, cuando los empleados del zoo lo durmieron con un dardo tranquilizante. El gorila fue directamente por ella, cuando pudo haber ido por cualquier otro. La mujer ignoraba que cuando el gorila gesticulaba desde su prisión lo que le quería decir era: déjame en paz, no te burles de mí por ser un prisionero, y cuidado conmigo si me escapo. La mujer ignoraba que los gorilas, al igual que el resto de los simios, tienen dignidad, hasta un punto que nos quedaríamos anonadados (un chimpancé es capaz de rechazar su parte en un reparto si lo considera injusto, con lo que maneja conceptos como dignidad y justicia).
Grizzly Man. Gorilla Woman, un nuevo título para otro documental.

A Esther Olmeda, la musa de Valdilecha

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece el mejor artículo de este blog aunque claro,hay partes de los ptros que no entiendo muy bien.En resumen me gusta el blog.