Querido Agustín: como lo prometido es deuda, ahí te mando un relato breve que he extraído de una novela fallida (llamada "Momentos Estelares (Hoka Hey)") que nunca saldrá del purgatorio. Es lo menos que podía hacer por un superviviente de un homenaje en el instituto. Gracias por las direcciones, y ahí va. Se llama "Ella", y a ver si te gusta. Yo creo que se me fue un poco la olla cuando lo escribí.
ELLA
Y es que ella habitaba el vaho de los cristales, la cálida lluvia de octubre, las hojas muertas de las alamedas, los puños poderosos de los plátanos podados, el musgo que cohesiona las piedras de las balaustradas, el fa menor de las canciones, las velas que arden junto a las camas, las moléculas de todos los perfumes, el germen de todas las prendas, la arena que se adhiere a los zapatos, las baldosas inestables que salpican las perneras, las cremalleras metálicas de dentadura imperfecta, las rojas manzanas brillantes y pecadoras, los broches rutilantes sobre negro, los volantes y los timones, el espíritu espurio de la gomaespuma, el desafío de la seda, los siniestros aledaños de los coches de choque, el guiño arrogante de los semáforos, los cuerpos cimbreños de las gramíneas, el violento relumbrón de las montañas rusas, la forma serpentina de la fibra óptica, las huellas efímeras de los esteros, las líneas curvas de las catenarias, las puntas afiladas de la Estrella Polar, los sinuosos orificios de las caracolas, los vibrantes bafles analógicos, los abandonados luquetes de las copas vacías, los charcos reflectantes e irisados, el vuelo frenético de los vencejos, la luna ensartada en las antenas, la noche trufada de sudor y lasitud, el calor luminoso de los flexos baratos, los harapos rosados del crepúsculo, los halos circulares de las farolas, las buhardillas agazapadas, el bosque futurista de los parques eólicos, el misterio inescrutable del MS2, la luz intermitente de las televisiones reflejada en las caras, el envoltorio ustible de los corazones, todo lo visible y lo invisible, lo dextrógiro y lo levógiro, lo fenoménico y lo nouménico, y también podías percibir su pálpito en los oxidados grilletes de las mazmorras, en los puñales aztecas de obsidiana, en las celdas estalinistas de desorientación, en los seres alígeros exterminadores, en los fétidos calabozos de la isla de If, en la Gehena jerosomilitana, en las tristes chozas que habitaron los expulsados a la tierra de Nod, en los angostos callejones de la Gran Puta, Babilonia, en los dientes curvos de los crótalos, porque ella era, además y pese a todo, su bandera, su himno, su patria, su mediodía, su cenit, su canción, (sí, lo sé, estoy plagiando a W. H. Auden), y cómo iba él a imaginar que el nadir estaba a la vuelta de la esquina, que sus latidos viajaban a merced de unos piratas, él, que creía ser un cisne, que sostenía que una vez construido el nido, la vida fluiría con la naturalidad con que transitan las estaciones, pero ella no era más que un ave de paso que retorna al albur del clima, o el cuclillo que crece al socaire de la sangre ajena, y por eso, porque existía el retorno mas no el tiempo prefijado, se dedicó a buscarla en otros cuerpos y a expiar sus pecados con la desesperación del réprobo, ella es una buscavidas, le argumentaba Eddy, su mejor amigo, ella es como Chihuahua Pearl, una golfanta manipuladora, exponía Telefa, su segundo mejor amigo, ambos persuadiéndolo de lo fútil que resulta pasar una vida esperando la llegada de una sombra pasajera, esprinta, pedalea, déjala atrás, le incitaba Eddy, en perfecto argot ciclista, no dejes que te haga la goma, como hacía Zoetemelk, que ni iba ni venía, demarra, tírate a tumba abierta, a tumba abierta, sí, a eso iba, sin duda, y sin necesidad de impulsarse Puy de Dome abajo, pero es que ellos no comprendían que nadie se resistía a su ondulado cabello trigueño, a su expresión de tristeza sosegada, heredada, pensaba él, de tantos siglos de malos tiempos, un rostro similar aunque no igual al que vio en todas las ciudades gallegas, pero no igual, porque su rostro era irrepetible, todos caían rendidos ante su estudiada melancolía, ante esa imperfecta hermosura que portaba como un estandarte, ante aquellos visajes algo caprichosos también, y algo altivos, y un poco infantiles, de mujer que se sabe diferente, no mejor, o tal vez sí, diferente en su espíritu cimarrón, en su bizarría, en su nerviosa gracilidad de setter irlandés, en su facilidad para hacer pasar a cada hombre bajo las horcas caudinas, y para que ese hombre encima se lo agradezca pues ahí radica su fuerza, en su desapego, en su crueldad aristocrática, despreocupada, en conseguir que una leve sonrisa de compromiso borre de golpe un ensangrentado campo de batalla sobre cuyas armas hincadas al suelo descansan parejas de buitres vigilantes, en saber que inconscientemente los patinadores cincelan su nombre en el hielo. Me llevó quince años romper tu hechizo, cantaba Lloyd Cole, un gran poeta del desaliento. No podemos vivir juntos ni estar separados, graznaba Joe Jackson, otro hombre habituado a la derrota. De alguna manera tendré que olvidarte, musitaba Aute, sofronizando a los artiodáctilos. ¿Qué tengo que hacer para ser algo? Para quererte solo valgo, mascullaba Enrique Urquijo, hermoso cadáver del pop. Ya sé que estás a punto de decirme adiós, pequeño rock and roll, suspiraba Quique González, paladín de la melancolía. Y entre el dolor y la nada elegí el dolor, gemía Nacho Vegas. Tal vez el amor no es más que eso: un pequeño rock and roll, una invención, un engaño, un artificio trompe-l’oeil, un mester con pecado, el rímel corriendo mejilla abajo, una mariposa clavada a un corcho con una aguja.
Y por eso tuve que hacerlo, y allí quedó, sentada frente a la televisión, con la cabeza ladeada como si a su lado se hallara el hombro de un hombre en que apoyarse, con los pies engastados en las zapatillas, tan rápido fue todo que no hubo movimientos reflejos, allí quedó, sola, estática, frente a la luz azulada que surgía del televisor durante el anuncio que promociona el turismo de Andalucía, con una voz larga que dice “y ahí estás tú”, ahí estaba ella, rodeada de luminosidad y flamenco chill-out, como si aún estuviera viva.
(A Agustín, con todo el cariño de un amigo)
ELLA
Y es que ella habitaba el vaho de los cristales, la cálida lluvia de octubre, las hojas muertas de las alamedas, los puños poderosos de los plátanos podados, el musgo que cohesiona las piedras de las balaustradas, el fa menor de las canciones, las velas que arden junto a las camas, las moléculas de todos los perfumes, el germen de todas las prendas, la arena que se adhiere a los zapatos, las baldosas inestables que salpican las perneras, las cremalleras metálicas de dentadura imperfecta, las rojas manzanas brillantes y pecadoras, los broches rutilantes sobre negro, los volantes y los timones, el espíritu espurio de la gomaespuma, el desafío de la seda, los siniestros aledaños de los coches de choque, el guiño arrogante de los semáforos, los cuerpos cimbreños de las gramíneas, el violento relumbrón de las montañas rusas, la forma serpentina de la fibra óptica, las huellas efímeras de los esteros, las líneas curvas de las catenarias, las puntas afiladas de la Estrella Polar, los sinuosos orificios de las caracolas, los vibrantes bafles analógicos, los abandonados luquetes de las copas vacías, los charcos reflectantes e irisados, el vuelo frenético de los vencejos, la luna ensartada en las antenas, la noche trufada de sudor y lasitud, el calor luminoso de los flexos baratos, los harapos rosados del crepúsculo, los halos circulares de las farolas, las buhardillas agazapadas, el bosque futurista de los parques eólicos, el misterio inescrutable del MS2, la luz intermitente de las televisiones reflejada en las caras, el envoltorio ustible de los corazones, todo lo visible y lo invisible, lo dextrógiro y lo levógiro, lo fenoménico y lo nouménico, y también podías percibir su pálpito en los oxidados grilletes de las mazmorras, en los puñales aztecas de obsidiana, en las celdas estalinistas de desorientación, en los seres alígeros exterminadores, en los fétidos calabozos de la isla de If, en la Gehena jerosomilitana, en las tristes chozas que habitaron los expulsados a la tierra de Nod, en los angostos callejones de la Gran Puta, Babilonia, en los dientes curvos de los crótalos, porque ella era, además y pese a todo, su bandera, su himno, su patria, su mediodía, su cenit, su canción, (sí, lo sé, estoy plagiando a W. H. Auden), y cómo iba él a imaginar que el nadir estaba a la vuelta de la esquina, que sus latidos viajaban a merced de unos piratas, él, que creía ser un cisne, que sostenía que una vez construido el nido, la vida fluiría con la naturalidad con que transitan las estaciones, pero ella no era más que un ave de paso que retorna al albur del clima, o el cuclillo que crece al socaire de la sangre ajena, y por eso, porque existía el retorno mas no el tiempo prefijado, se dedicó a buscarla en otros cuerpos y a expiar sus pecados con la desesperación del réprobo, ella es una buscavidas, le argumentaba Eddy, su mejor amigo, ella es como Chihuahua Pearl, una golfanta manipuladora, exponía Telefa, su segundo mejor amigo, ambos persuadiéndolo de lo fútil que resulta pasar una vida esperando la llegada de una sombra pasajera, esprinta, pedalea, déjala atrás, le incitaba Eddy, en perfecto argot ciclista, no dejes que te haga la goma, como hacía Zoetemelk, que ni iba ni venía, demarra, tírate a tumba abierta, a tumba abierta, sí, a eso iba, sin duda, y sin necesidad de impulsarse Puy de Dome abajo, pero es que ellos no comprendían que nadie se resistía a su ondulado cabello trigueño, a su expresión de tristeza sosegada, heredada, pensaba él, de tantos siglos de malos tiempos, un rostro similar aunque no igual al que vio en todas las ciudades gallegas, pero no igual, porque su rostro era irrepetible, todos caían rendidos ante su estudiada melancolía, ante esa imperfecta hermosura que portaba como un estandarte, ante aquellos visajes algo caprichosos también, y algo altivos, y un poco infantiles, de mujer que se sabe diferente, no mejor, o tal vez sí, diferente en su espíritu cimarrón, en su bizarría, en su nerviosa gracilidad de setter irlandés, en su facilidad para hacer pasar a cada hombre bajo las horcas caudinas, y para que ese hombre encima se lo agradezca pues ahí radica su fuerza, en su desapego, en su crueldad aristocrática, despreocupada, en conseguir que una leve sonrisa de compromiso borre de golpe un ensangrentado campo de batalla sobre cuyas armas hincadas al suelo descansan parejas de buitres vigilantes, en saber que inconscientemente los patinadores cincelan su nombre en el hielo. Me llevó quince años romper tu hechizo, cantaba Lloyd Cole, un gran poeta del desaliento. No podemos vivir juntos ni estar separados, graznaba Joe Jackson, otro hombre habituado a la derrota. De alguna manera tendré que olvidarte, musitaba Aute, sofronizando a los artiodáctilos. ¿Qué tengo que hacer para ser algo? Para quererte solo valgo, mascullaba Enrique Urquijo, hermoso cadáver del pop. Ya sé que estás a punto de decirme adiós, pequeño rock and roll, suspiraba Quique González, paladín de la melancolía. Y entre el dolor y la nada elegí el dolor, gemía Nacho Vegas. Tal vez el amor no es más que eso: un pequeño rock and roll, una invención, un engaño, un artificio trompe-l’oeil, un mester con pecado, el rímel corriendo mejilla abajo, una mariposa clavada a un corcho con una aguja.
Y por eso tuve que hacerlo, y allí quedó, sentada frente a la televisión, con la cabeza ladeada como si a su lado se hallara el hombro de un hombre en que apoyarse, con los pies engastados en las zapatillas, tan rápido fue todo que no hubo movimientos reflejos, allí quedó, sola, estática, frente a la luz azulada que surgía del televisor durante el anuncio que promociona el turismo de Andalucía, con una voz larga que dice “y ahí estás tú”, ahí estaba ella, rodeada de luminosidad y flamenco chill-out, como si aún estuviera viva.
(A Agustín, con todo el cariño de un amigo)
1 comentario:
Agustín dio clase en mi instituto, y yo también lo conozco, por eso quiero darle las gracias al autor del blog por mencionarle. Ah, y me gustó mucho el relato.
Hasta pronto, Agustín
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