miércoles, 2 de febrero de 2011

El sistema periódico de Simkin



Ayer recordé una conversación. Sucedió en los primeros días de 2006, en Puerto Escondido, México. Después de haber pasado unos días de Nochebuena y Navidad para el olvido, pasados en un lugar llamado El Desierto de los Leones, cerca de México D. F., pasamos unos días en esa localidad surfera, Puerto Escondido, en la costa del Pacífico mexicano. Allí se dio la paradoja de celebrar el fin de año a las cinco de la tarde, en la terraza de la preciosa casa de Vitu, mi cuñada, y Joel, su marido, brindando bajo un calor tórrido. Qué Navidades más extrañas, viendo cómo los pescadores traían tiburones y los dejaban sobre la playa, viendo caer el sol sobre el Pacífico, admirándonos del colorido de un mercado mexicano.
Una de esas noches Joel y yo, alumbrados por el tequila, tuvimos una larga conversación. hablamos de cosas como el destino del planeta (ya se sabe, el tequila incita a lo trascendente), del futuro, de nuestra especie, aunque parezca mentira que se pueda hablar en serio de cosas así. Cuando yo mostré mi pesimismo sobre el destino de la Tierra, Joel citó a Primo Levi, un libro de ensayos titulado El sistema periódico. En él, Levi afirmaba que todos los logros de ingeniería y arquitectura de nuestra civilización, por enorme que creamos que son, extendidos sobre la superficie del planeta sólo supondrían una tenue capa de un par de centímetros. Así pues, toda nuestra creación sobre este planeta se reduce a bien poco: la Tierra no tardaría en borrar toda huella de nuestro devastador paso por ella. Me pareció un concepto genial, una imagen visionaria de ese judío italiano que conoció el infierno de Auschwitz en sus propias carnes. Esa conversación se quedó a vivir conmigo desde entonces.
El pasado verano, paseando con Joel, que también era judío como Levi, pero canadiense y no italiano, le pregunté si recordaba aquella conversación. Me miró con esa expresión irónica de actor de cine (Joel parecía un actor de Hollywood, de los de antes, de los carismáticos), y me dijo con su ronca voz de Winipeg que por supuesto se acordaba. Para él también había sido una charla especial en una noche especial, arrullados por el sonido de las olas del Pacífico batiendo contra el acantilado, viendo las luces de Zicatela. Ahora que sé que ya nunca más podré hablar con él, por lo menos me quedará para siempre aquella hermosa conversación. Dicen que las palabras vuelan, se deshacen, pero yo no lo creo.

(A Vitu y David. A Joel Simkin, in memoriam. Lo siento, Vitu, pero se lo debía)

2 comentarios:

vitu dijo...

Querido Miguel, en estos días tan difíciles, uno de mis consuelos es hablar de Joel y sobre todo escuchar (o leer) lo que la gente pueda decir de él. Así que no me digas "lo siento", yo te doy las gracias. Una foto de Joel siempre está bien (era un conquistador). Y la alusión al libro de Primo Levi...
Leí tu entrada anterior y me pareció que habías dejado algo por decir. Algo más cercano a Joel y también a tí. Ahora está bien.
Un abrazo a los cuatro.
Vitu

miguel otero dijo...

Gracias, Vitu: es difícil saber qué decir, e incluso saber si debes decir algo en unas circunstancias así. Me he dejado un millón de cosas en el tintero (ahora, teclado), claro, pero por lo menos algo ha quedado (recuerdo con cariño especial lo emocionado que estaba cuando fuimos a Ponfe). En fin, un abrazo enorme, de esos que da David, futuro as del deporte.