martes, 24 de mayo de 2011

Amsterdam, de McEwan



Amsterdam, de Ian McEwan, escrita en 1998, es una novela de transición entre sus primeras obras, más cáusticas, y el corpus que se ha desarrollado a partir de la excelente Expiación, no superada por las más recientes. En la novela la trama es una madeja de circunstancias que llevan indefectiblemente a un fin trágico, muy a la manera de Patricia Highsmith, que siempre coloca a sus protagonistas en callejones de los que es difícil escapar. El elemento de la intriga es primordial, y el autor lo usa magistralmente, no con el ruido estruendoso de la puerta que cruje, sino como la gota que va llenando imperceptiblemente un vaso hasta que este rebosa. Pero el británico, a diferencia de la norteamericana, pone todo el peso de la narración en las decisiones morales del personaje, que son las que llevan a un punto sin retorno.
En Amsterdam, Clive, el músico, no socorre a una mujer en peligro por no comprometer su inspiración momentánea de la composición de una nueva sinfonía, y Vernon, un editor, decide acabar con la carrera de un político al que odia por cuestiones personales, publicando unas fotografías escandalosas y dando de este modo un giro total a la honesta política editorial del periódico del que es editor. La omisión y la venganza son los pecados de ambos protagonistas, y las resoluciones y la culpa causan la degradación moral de ellos, y el fin de su larga amistad.
Un rasgo característico de McEwan está en el uso del lenguaje, y en la introspección, reflejadas en la amplia variedad de registros lingüísticos de los que hace gala. Por ejemplo, la percepción de la mente "musical" de Clive es un sorprendente logro, así como el manejo de la jerga del mundillo de los periódicos: McEwan nunca deja cabos sueltos en esos aspectos. Posiblemente sea el autor que más profundamente y mejor se asesora para meterse en la mente de determinadas profesiones.
Pero, insisto, tal vez la parte fundamental sea la moral, firmemente imbricada en la trama. Al fin de la novela, la simetría de las muertes y las vidas de los protagonistas, y los demás paralelismos sobre los caminos que transitan, sancionan la tesis de McEwan: el fin no justifica los medios. La vanidad, la ambición y la venganza conducen al destino trágico, lo cual es un punto de vista diferente del de sus primeras obras, tal vez menos didácticas, pero sí, igual de pesimistas.

(A Paula y familia, aún abrumado por el puñetero tsunami azul de las elecciones municipales)

1 comentario:

Paula dijo...

Muchas gracias, Miguel.
Y no me hables del azul que ya sabes los resultados de Marín (entendibles después de la gestión del equipo anterior ) . Dios nos coja confesados !.