sábado, 1 de junio de 2013

Cuando Adán puso nombre a los animales


   Adán puso nombre a todos los animales en el paraíso. La labor fue ardua, pues había mucho bicho de Dios, nunca mejor/peor dicho. Empezó con buen pie, nombrando a los caballos, los linces, los delfines, las panteras, los leones, los panda, pero algo interrumpió su labor: era Eva, gritándole "cariñito" desde debajo de un ameno y bucólico prado lleno de heliótropos, narcisos, nenúfares y demás (fue el arcángel Gabriel quien se encargó de poner nombres a las plantas: dentro del mundillo del Edén se decía que perdía bastante aceite). Adán empezó a apurar la labor. Siguió con los elefantes, las ardillas, los mosquitos anófeles, los faisanes, las abejas... Pero esta vez la voz de Eva llegó una octava más alta, y él sabía qué significaba eso. Enfadado por la enormidad de la labor, apremiado por la voz sugerente de su mujer ("¿quién es mi costillita?", le decía él, en momentos íntimos), pasó a nombrar a los burros, las cucarachas, los marrajos, las cornejas... Y la voz de Eva llegó dos octavas más alta, y, angustiado, dio gracias a su Creador por que los ángeles guardianes no tuvieran sexo, pues sabía de cómo se las podía gastar Eva. Entonces, con inmenso cabreo, pasó a nombrar a los facóqueros, el ornitorrinco, el ñu, las cucarachas y muchos otros que quedaron bastante poco contentos con sus nombres. Sudoroso, ansioso, Adán acabó su obra, y ya corría al prado ameno cuando un insecto volador se plantó frente a él, exigiendo inmediatamente un nombre para poder ser y estar, eso dijo, pues hasta el momento en que los nombraba los bichos aún poseían la capacidad del discurso razonado. Adán miró al bicho y, por un desliz freudiano, eligió el primer nombre que se le ocurrió:

-Tú, insecto volador, te llamarás cachipolla.
El insecto ya no tuvo tiempo a protestar, pero le pegó un picotazo de cuidado. Adán, ya en carrera hacia el prado ameno donde Eva ululaba, se vengó:
-Y encima vivirás sólo veinticuatro horas, que lo sepas.
Cuando llegó al prado ameno Eva yacía con una serpiente de grandes dimensiones. En vez del pitillo de rigor, Eva comía una manzana roja, Red Winter para ser más exactos, pues el arcángel nomenclator estaba fascinado con una lengua que surgiría en el futuro tras el cacao de Babel.

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