sábado, 12 de diciembre de 2009

Una historia de apellidos


Estoy leyendo el último libro de Paul Auster, Invisible. Me cae bien Auster, y tiene legiones de lectores en España. Es curioso que los editores de aquí no hayan dado salida a ningún autor de su estilo, en el que la narración en estado puro predomina claramente sobre el lenguaje literario. Pero, ¿de qué me extraño? En España ningún editor editaría a Auster por "faltarle calidad literaria", me juego cualquier cosa a que dirían esto de él. Volvamos al libro. En las primeras páginas, el protagonista, Adam Walker, comenta a su interlocutor, el perturbador Born, que su apellido real no era ése, pero que un funcionario de inmigración le cambió el apellido al abuelo por ser difícil de pronunciar para él. El apellido era Walshinksky, posiblemente judío polaco. Estas cosas sucedían, o también sucedía que un Schmidt pasaba directamente a anglofilizar su nombre y convertirlo en Smith. Pero siendo un asunto de apellidos y de judíos, contaré una historia tan curiosa como inquietante.
En Austria, 1787, una ley prohibió a los judíos a conservar sus nombres tradicionales, que consistían en el nombre propio más el nombre del padre (ejemplo "Aaron Ben Mordehai"), y a cambiarlos entre un abanico de nombres degradantes que les pusieron los funcionarios imperiales. Por ejemplo, las familias pobres pasaron a llamarse Gross (grande), Klein (pequeño), Weiss (blanco) o Schwartz (negro), y también, en el colmo del humor negro y sádico de esos funcionarios, Esselkopf (cabeza de burro), Taschengregger (carterista), Glagenstrick (cuerda de patíbulo) o Schmalz (grasa). Como siempre, los ricos podían solventar esto pagando un buen dinero; así, surgieron los apellidos clásicos judíos Rosenthal, Shapir, Lilienthal, Blumenthal... todos relativos a flores y piedras preciosas. Según parece, los nombres más caros eran Kluger (sabio) y Fröhlich (feliz). Había que usar la exclusión hasta en esto.
En fin, que a veces en la evolución de un apellido pueden tener una influencia crucial tanto un funcionario con mal oído para las lenguas como un racista aburrido que no sabe cómo humillar a los que cree inferiores.
Los datos de esta historia provienen del libro La historia de los judíos, de Paul Johnson. Es muy informativo, muy entretenido y muy interesante, aunque hay que saber interpretar las opiniones personales y la ideología muy definida de este hombre, antiguo asesor de Margaret Thatcher... y también de Tony Blair. ¿Alguien se extraña?

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