miércoles, 4 de febrero de 2009

Asesinato en Roma

Si alguien recuerda la entrada del blog de octubre de 2008 titulada "El síndrome del emperador" creerá que esto es un dèjá vu. Desgraciadamente, no lo es. Hace unos días en Roma tres jóvenes asesinaron a un indigente de nacionalidad india, circunstancias exactamente iguales al asesinato de la indigente en un cajero automático de Barcelona. Ambas personas murieron abrasadas, y ambas personas murieron por la misma razón: los tres jóvenes de Barcelona y Roma querían acabar la noche a lo grande, pues su vida común, con todo al alcance, les aburre profundamente. ¿Qué mejor que matar a alguien para poner colofón al trasnoche? Además, si ese alguien está indefenso y nadie llorará por él, pues mejor que mejor. Tres jóvenes, un muerto; el móvil: el tedio de una juventud que no distingue entre las películas que ve o los juegos a los que juegan y la realidad. El tedio de una juventud que no se siente responsable de ninguno de sus actos.
Creo que fue el ministro de interior de Italia quien hizo una reflexión para muchos sorprendente. Vino a decir que el indigente no murió por causa de la ola de xenofobia que crece en Europa (y de la que el mismo ministro del gobierno Berlusconi tendrá algo de culpa), sino por algo mucho peor. Estoy de acuerdo. Si tuviera que elegir entre morir a manos de unos tipejos que me odian por mi pasaporte o por el color de mi piel, lo preferiría (aun siendo algo repugnante, execrable, inicuo) a morir a manos de unos jóvenes que me eligieran al azar para satisfacer sus ansias de diversión. La primera muerte es, desgraciadamente, muy frecuente, y, desafortunadamente, tiene tanta solera como la propia humanidad; la segunda es un monstruo creado en estos tiempos absurdos, muerte "for fun", como dirían los anglosajones.
Vuelvo a mis mismas conclusiones, que me llevan a una viñeta de Forges en El País, años atrás. En ella, creo recordar, la escena se desarrolla en un parque infantil. Aparece uno de esos señores calvos y gafudos de Forges con una de sus piernas cortada, y a su lado un niño con una motosierra. El señor se dirige al padre del niño, sentado en un banco con gran pachorra, y le dice: "Oiga, que su hijo me ha cortado la pierna con la motosierra. ¿No va a decirle nada?" El padre replica: "¿Y traumatizarlo? ¡Ni lo sueñe!" Pues eso. A lo mejor ese niño fue uno de los asesinos de Roma o de Barcelona. A lo peor sin saberlo estamos criando futuros asesinos "banales", como diría Hannah Arendt, niños que no dudan en amenazar con denunciar a sus padres si estos les reprenden, ya no digamos si les ponen la mano encima, niños que tienen absolutamente todo y nada les satisface. Pero prefiero no seguir, o entraré en un terreno minado. Con todo, madre mía, vaya traumas habrían tenido todas las generaciones pasadas si un cachete o una palmada en el culo causaran tales estragos: España sería un enorme frenopático. Se ha confundido la protección del menor con algo diferente, algo que en muchos casos resulta contraproducente e incluso peligroso (¿no recordáis el caso del niño al que la madre causó una herida accidentalmente?). Es un tema peliagudo.
En fin, crucemos los dedos antes de que nos crucen la cara.

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