Playa de Las Sinas desde el Cón de Boeira
Cuando era pequeño, todos los años, a finales de Junio, mi familia y yo iniciábamos una aventura épica. Partíamos de Ponferrada para llegar a la playa de Las Sinas, en la Ría de Arosa. Era un viaje bíblico por su duración y sus vicisitudes. El maná nos caía en la parada obligada de Lugo, después de haber cruzado los puerto de Piedrafita y Campo de Árbol, infinitas curvas, horribles mareos... unas seis horas de coche para realizar menos de trescientos kilómetros. No existían aún los accesos a Galicia. Y pocos coches llevaban radiocassettes.
¿Qué hacíamos, pues, para combatir tedio y mareo? Cantar. Mi madre ordenaba cantar en cuanto arrancaba el coche (conducía ella), coche, por cierto, cargado hasta los topes. A la altura de Cacabelos (12 kms de Ponferrada) yo ya preguntaba si faltaba mucho, hasta el día en que amenazaron con dejarme allí. Nunca volví a preguntarlo. me tomaba en serio esas amenazas. Me viene a la mente también la pobreza de los lugares que cruzábamos, y cómo la gente nos miraba desde el borde de la carretera (no había muchos coches en la N-VI en aquel tiempo), y cómo a veces mi padre, bromeando, bajaba la ventanilla y saludaba efusivamente a los que miraban, y mi madre le reprendía: "¡Javier!" Eran los buenos momentos.
Pero volviendo a la música, aún recuerdo aquellas canciones, alguna de las cuales nunca he llegado a oír nunca, ni en la tele ni en ningún formato, como una que siempre iniciaba mi padre, que decía "Corcho con corcho, caña con caña..." Había también momentos mágicos, como cuando mi madre cantaba "El relicario"; momentos folklóricos, con temas bercianos, gallegos y asturianos ("Fuiste al Carmín de la Pola, llevaste medies azules..."); momentos charros, con las de Jorge Negrete, y el Trío Calaveras (a mí me entusiasmaban); momentos lunfardos con Gardel; momentos de peligro, cuando mi madre se puso a cantar "Te estoy amando locamente", de Las Grecas, con tanta pasión interpretativa que cerró los ojos y casi nos caemos por un precipicio; momentos de mentiras, porque los boleros siempre mienten, como dijo Sabina... Qué pena que ya no se cante en los coches.
Sin embargo, de todas aquellas canciones innumerables, hay una que se me quedó muy adentro. La relaciono cuando íbamos en el coche mi madre, mi padre, mi tía Chiru y mi hermana Susana, que es tres años mayor que yo (mis otros dos hermanos estaban en Santiago, en la universidad). Yo quería cantar "Pancho López" o "Cocula", pero Chiru y Susana imponían cosas más modernas, lo cual me hacía enfurruñar: sin embargo, no podía reconocerlo, pero me gustaban aquellas canciones de ellas, que eran básicamente de Serrat y de Mari Trini, nuestra pequeña Edith Piaf. De Serrat Susana cantaban "Fiesta" y "Señora" ( a mi madre le ponía muy triste esta canción: pues menos mal que no cantaban "Manuel" o "Si la muerte pisa mi huerto"); y de Mari Trini, recuerdo dos: una, "Amores", y la otra, la fundamental, la que se me quedó prendida: "Cuando la lluvia cae". "Cuando la lluvia cae se funde el hielo, y cuando me acaricias se quema el fuego, aún es tan temprano, nos queda tiempo..." Así empezaba. Yo era un niño, y no captaba cómo podía percibir mi hermana Susana esas letras en su primera fase de la adolescencia.
Años más tarde, décadas más tarde, mejor dicho, volví a oír la canción. Se me puso un nudo en la garganta. Se me vino a la mente uno de aquellos viajes, cruzando Galicia trabajosamente hasta que, por fin, al bajar el monte Cordeiro, veíamos el mar resplandenciendo en verde azulado entre los pinos costeros, y poco después veíamos Carril, y sabíamos que el peligro había pasado y habíamos llegado a nuestro lugar en el mundo. El mar, esa certeza de libertad, de aquellos veranos tan largos y tan calurosos de cuando eres niño, aquellos días de salitre y complicidades que parecían eternas.
Desde entonces, "Cuando la lluvia cae" representa para mí ese tiempo perdido y añorado. Y si pruebo a cantarla, se me salen las lágrimas.
¿Qué hacíamos, pues, para combatir tedio y mareo? Cantar. Mi madre ordenaba cantar en cuanto arrancaba el coche (conducía ella), coche, por cierto, cargado hasta los topes. A la altura de Cacabelos (12 kms de Ponferrada) yo ya preguntaba si faltaba mucho, hasta el día en que amenazaron con dejarme allí. Nunca volví a preguntarlo. me tomaba en serio esas amenazas. Me viene a la mente también la pobreza de los lugares que cruzábamos, y cómo la gente nos miraba desde el borde de la carretera (no había muchos coches en la N-VI en aquel tiempo), y cómo a veces mi padre, bromeando, bajaba la ventanilla y saludaba efusivamente a los que miraban, y mi madre le reprendía: "¡Javier!" Eran los buenos momentos.
Pero volviendo a la música, aún recuerdo aquellas canciones, alguna de las cuales nunca he llegado a oír nunca, ni en la tele ni en ningún formato, como una que siempre iniciaba mi padre, que decía "Corcho con corcho, caña con caña..." Había también momentos mágicos, como cuando mi madre cantaba "El relicario"; momentos folklóricos, con temas bercianos, gallegos y asturianos ("Fuiste al Carmín de la Pola, llevaste medies azules..."); momentos charros, con las de Jorge Negrete, y el Trío Calaveras (a mí me entusiasmaban); momentos lunfardos con Gardel; momentos de peligro, cuando mi madre se puso a cantar "Te estoy amando locamente", de Las Grecas, con tanta pasión interpretativa que cerró los ojos y casi nos caemos por un precipicio; momentos de mentiras, porque los boleros siempre mienten, como dijo Sabina... Qué pena que ya no se cante en los coches.
Sin embargo, de todas aquellas canciones innumerables, hay una que se me quedó muy adentro. La relaciono cuando íbamos en el coche mi madre, mi padre, mi tía Chiru y mi hermana Susana, que es tres años mayor que yo (mis otros dos hermanos estaban en Santiago, en la universidad). Yo quería cantar "Pancho López" o "Cocula", pero Chiru y Susana imponían cosas más modernas, lo cual me hacía enfurruñar: sin embargo, no podía reconocerlo, pero me gustaban aquellas canciones de ellas, que eran básicamente de Serrat y de Mari Trini, nuestra pequeña Edith Piaf. De Serrat Susana cantaban "Fiesta" y "Señora" ( a mi madre le ponía muy triste esta canción: pues menos mal que no cantaban "Manuel" o "Si la muerte pisa mi huerto"); y de Mari Trini, recuerdo dos: una, "Amores", y la otra, la fundamental, la que se me quedó prendida: "Cuando la lluvia cae". "Cuando la lluvia cae se funde el hielo, y cuando me acaricias se quema el fuego, aún es tan temprano, nos queda tiempo..." Así empezaba. Yo era un niño, y no captaba cómo podía percibir mi hermana Susana esas letras en su primera fase de la adolescencia.
Años más tarde, décadas más tarde, mejor dicho, volví a oír la canción. Se me puso un nudo en la garganta. Se me vino a la mente uno de aquellos viajes, cruzando Galicia trabajosamente hasta que, por fin, al bajar el monte Cordeiro, veíamos el mar resplandenciendo en verde azulado entre los pinos costeros, y poco después veíamos Carril, y sabíamos que el peligro había pasado y habíamos llegado a nuestro lugar en el mundo. El mar, esa certeza de libertad, de aquellos veranos tan largos y tan calurosos de cuando eres niño, aquellos días de salitre y complicidades que parecían eternas.
Desde entonces, "Cuando la lluvia cae" representa para mí ese tiempo perdido y añorado. Y si pruebo a cantarla, se me salen las lágrimas.
A mis padres. Y al mar.
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