miércoles, 26 de mayo de 2010

El chalet


Esta fue la casa de los encuentros, la casa del jolgorio, el vino, las canciones, la casa del verano, de la libertad. Durante mi niñez sobrevivía precariamente durante el curso, siempre a la espera de la casa de la playa, siempre aguardando los veranos largos, no siempre tórridos, siempre excitantes, aquella llegada al tomar la curva, ver a unos niños campamenteros haciendo guardia en el campamento Paco Leis de la OJE, ahora Albergue Xuvenil de la Xunta, ver las contras rojas de la casa, el poche de piedra, correr a los pinos de atrás, aspirar aquellos olores potentes a vegetación, y correr a la playa, la playa de todos los años, de toda la vida.
Esta fue la casa de las fiestas, el ámbito de tantos y tantos momentos estelares como aquella fiesta de disfraces en que mi tío Carlos tocó el violín con brazo ortopédico y sorpresa final, en que a mi madre, disfrazada de mando de la OJE, le dio tal ataque de risa que... bueno, ya se sabe qué pasa cuando uno se ríe demasiado, en que nos juntábamos decenas de personas y parecía que el mundo siempre sería joven y alegre, y que no habría penas, esta fue la casa en que fuimos aprendiendo cosas cuando hablaban los mayores en el porche, en esas noches largas de verano en que la constelación del perro preside el cielo, con aquella luz insuficiente que aun así atraía polillas.
Esta fue la casa donde teníamos la piragua, mil veces remendada, vehículo homérico o bíblico por su extraña longevidad, así como las bicicletas (una de las cuales aparece ya en la foto, de 1963), que, como los planetas, se movían sin que comprendieras cómo ni por qué. Esta fue la casa, la posada de todos los que querían venir, ombligo de nuestro mundo infantil y adolescente, marca indeleble en el alma.
Ahora es distinta, pero cuando voy espero volver a ver los abetos enanos del jardín de delante, los cipreses de atrás, la hierba alta muriendo donde comenzaban los pinos, el universo de zarzas que nos invadía desde las fincas de al lado, el sonido del motor cuando no había agua de la traída.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravillosos recuerdos Mick. Quiero dedicar al Chalet y a todas las personas que disfrutamos de esos momentos, esta Bossa nova de Todd Rundgren.

http://www.youtube.com/watch?v=EG9LhM7uVZs

Freak

Anónimo dijo...

Faltan en la fotografía tres satélites girando enloquecidos alrededor de la casa, armados con raquetas combadas a modos kalasnikovs, arrasando bajo sus pies toda flora hortensil y en una esquina el caballo de Atila tomando apuntes para mejorar su técnica. Un abrazo Mick.