viernes, 28 de noviembre de 2008

La Muerte se encuentra con Stalin


Josif Visariónovich, que llevaba unos días arrestado por activismo político en una cárcel siberiana, se levantó del barracón de la penitenciaría, salió por la puerta y simplemente se largó, porque no había vigilancia: los guardias y funcionarios del zar estaban beodos. Se reía pensando que después dirían: ¡Koba se ha fugado!
Caminaba por la estepa primaveral, pisoteando flores, pensando, indignado pese a todo, en lo ineficaces que eran esas cárceles, cuando notó una presencia detrás de él. Él no lo sabía, pero era la Muerte, que se le aproximaba. Josif miró hacia el hombre que se le había colocado codo con codo. Era cadavérico, enjuto, y llevaba una guadaña. Será un labrador, pensó. Cómo odio a los malditos labradores: los exterminaría si pudiera. Mientras tanto, la Muerte buscaba el momento para dejar caer la guadaña, y se lamentaba por el eterno trabajo que desempeñaba, tan cansino, tan desagradable. Y que no haya nadie que me ayude..., se lamentaba. Por fin, tras exhalar un suspiro de tedio, la Muerte cerró el paso a Josif, y le miró fijamente a los ojos. Josif quedó extrañado. Pensó que le pediría dinero, o pan. Puñeteros campesinos, pedigüeños, antirrevolucionarios... La Muerte quedó sobrecogida por lo que vio en aquellos ojos. Le dejó el camino expedito y lo vio alejarse. Josif ni siquiera miró hacia atrás.
-Este hombre me va a aliviar mucho el trabajo en el futuro-se dijo, y se dirigió hacia la penitenciaría-. Casi demasiado. Espero que no se haga más célebre que yo.
Mientras, Josif Visariónovich siguió caminando. Si un día fuera yo responsable de estas cárceles, de aquí no se iba a escapar ni Dios, pensó.

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