viernes, 22 de febrero de 2013

La maleta de mi abuela


Toda familia tiene sus leyendas, sus iconos, sus tabús. En el caso de lo legendario debería hablar de un objeto sin parangón en las leyendas veraces de la familia: la maleta de mi abuela Mercedes, superior a  la de la Piquer, no en su viajada trayectoria, pero sin duda sí en su poder gravitatorio . Mi abuela llevaba una maletita minúscula con su ropa ("mudas", zapatillas y poco más) y a su lado un maletón gigantesco que guardaba en su interior todas las herramientas que poseía. Mi abuela llegaba a la casa de alguno de sus hijos y no se ponía a hacer punto, o ver la tele: rápidamente te forraba una puerta de eskai, un espejo de estaño, te colocaba un falso techo de escayola y alicataba hasta el agua corriente. Existía la creencia de que, al igual que la espada Excalibor solo pudo ser arrancada de la piedra por Arturo,  solo tres personas podían levantar la maleta del suelo: Maciste el Coloso, mi hermano y ella misma.Dicen los jesuitas que si un pájaro pudiera desmenuzar con su pico la maleta de Mercedes, el tiempo transcurrido en esto sería un trasunto de la eternidad. Así era Mercedes Fernández Nogueira, pequeña y rotunda como una bombona de butano, todo lo contrario en espíritu al topicazo tunero de "la gallega melosa" (parecía más bien de Ucrania), operaria vocacional y martillo de técnicos de Balay: "non é así" era el manta que recitaba a los desdichados técnicos que venían a reparar la lavadora o la nevera. Dios los acoja en su seno.

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