martes, 6 de marzo de 2012

La última novela y nuevos sueños

Hace un mes acabé la que será, muy probablemente, mi última novela. Su título, El asedio, es el reverso de mi situación literaria, es decir, no me asedian las ofertas de las editoriales, ni mucho menos. Hoy en día, dada la situación económica y dadas las tendencias de lectura y compra, es prácticamente imposible publicar nada, a no ser que ya estés dentro del círculo interno de cada editorial. Por tanto, hago recuento de lo que he escrito hasta ahora:
En novela breve, "Nausícaa", "Arroyo de Luna", "Alas Negras" (premio Felipe Trigo 2001, publicada en Algaida, 2002) y"El Asedio"

En novela larga, "Detrás de un retrato" (Editorial Hontanar, 2009), "El Arlequín" (lulu.com, 2009), "Ceniza y humo" y "Zabiega" (esta en realidad es una colección de relatos convertidos en novela), ambas inéditas, la mejor y más interesante baza que tengo.

En relatos, "Amaranta y otros cuentos" (Hontanar, 2009), aunque tengo una decena de relatos, cortos y largos, esperando en el archivo, muchos bastante mejores que algunos de este libro.
También hubo novelas fallidas como "La materia oscura", "Momentos Estelares (Hoka Hey)" y "Las tardes eléctricas" (que dio nombre a este blog), ninguna de ellas demasiado aprovechables.
Y ha quedado una inacabada, titulada"Regreso a la ciudad inundada". Este es el resumen de 1unos veinte años de escritura como novelista, y de treinta como autor de relatos. Ahora tengo una baza, que es la publicación digital de alguna de estas obras. Tengo que enterarme bien de esto, y ¿por qué no? Al menos que me lea alguien, porque por dinero no es, quede claro: en un futuro cercano, dados los márgenes ridículos que recibe un autor por las descargas legales ningún escritor podrá vivir de lo que escribe.
Una vez acabada, con casi toda seguridad, esta fase, debo proponerme otro reto. Y hay algo que me fascinaría: un programita de radio, de frecuencia semanal, donde pudiera poner la música que me guste y dar la brasa al oyente con anécdotas sobre lo que fuera. Sí, sí que me gustaría. Todo es proponérselo, dicen. Y yo me lo voy a proponer. Así, si dejo el blog, sería bonito poder seguir con mi público, ahora en las ondas hertzianas.
Pero estoy soñando otra vez, porque sé de buena tinta que es prácticamente imposible hacerse un hueco (tú hazme hueco que yo yaaa...) en ese mundo etéreo de las ondas. Soñemos. Y para soñar, esta baladita de David Gray, muy bonita en este atardecer nublado.



Y ya puestos, fieles lectores, os regalo este relato breve: Un asesino anda suelto


UN ASESINO ANDA SUELTO


   Nadie hablaba de otra cosa. El asesino andaba suelto. La policía estaba desorientada: no era un asesino en serie al uso, escogido o maniático: mataba a hombres y mujeres, de cualquier edad y tamaño. Ese hombre caerá, vaticinó un inspector de la policía a través de las ondas. Salomé oía las noticias de la radio de un hombre tumbado en una hamaca en segunda línea de playa. Cometerá un error: este lugar no es suficientemente grande como para perpetrar estos crímenes y salir indemne Desgraciadamente, seguimos buscando los cadáveres, si es que es cierto lo que dice en las notas que nos envía. Fíjate, nos hacemos más famosos por el asesino que por el turismo. Vaya calor, carajo. No hay quien pare. Su mujer asentía mientras leía una revista de cotilleo, con las progresivas haciendo equilibrios en la punta de la nariz. Tendrían unos setenta años. La mujer no llevaba la parte superior del bañador: dos pechos grandes y aplastados caían casi hasta el ombligo. Él, enjuto y arrugado, un bañador Meyba a rayas, subido casi hasta las axilas. También ellos eran víctimas potenciales.
   Salomé se puso la parte superior del biquini y entró en el agua. No le gustaba bañarse en tetas, como decían sus amigas. A ella eso de “tetas” no le gustaba decirlo. Le parecía ponerse al nivel de los animales. También detestaba la palabra “preñada”. Ella no era una vaca. El agua del Mediterráneo la engulló con dulzura. Ni te enterabas de que entrabas, tal era la temperatura. Va a venir la gota fría, dijo el señor de la hamaca a gritos para sobreponerse al ruido de los chapoteos y los niños aullando fuera de control. Salomé, oteando desde el agua, hizo visera con la mano;  notó que a diferencia de otros años, en que los niños copaban el frente de las olas a sus anchas, los padres nunca perdían de vista a sus hijos. Incluso el marcaje entre cónyuges era tan férreo que ese verano quedaría marcado por la ausencia de infidelidades. Si uno se escapaba del ángulo de visión, ya el padre o ya la madre se levantaban de las hamacas llenos de angustia. Salomé nadó un rato hacia el fondo. El agua estaba algo menos turbia. Sólo algo. Desde allí la playa era un hervidero de personas. Quién sabe si alguna de ellas desaparecería esa misma noche. Miró hacia el horizonte,  y se dijo que si se pusiera a nadar un día podría llegar a Alejandría. Imaginó bucear en su ensenada y toparse con una estatua helenística con la efigie del gran conquistador que dio nombre a la ciudad. O mejor, una estatua egipcia, con sus jeroglíficos.
   Regresó a su hamaca, se quitó la parte superior del biquini y se tumbó  boca abajo. Notó unos ojos que se clavaban en ella. Las chicas notamos esto, tenemos ese poder. Giró el ojo disimuladamente. Un hombre joven, de unos treinta y tantos, la miraba de hito en hito. Era rubio, con pelo corto, atractivo si no fuera por un bañador horroroso. Sueco. O alemán. Más posiblemente alemán. No inglés. Los ingleses son unos callos. Y se tatúan hasta los dedos de los pies. Éste no. Sólo un pequeño tatuaje maorí en el hombro. El hombre disimuló, pero ella sabía que cada vez que ella desviaba la vista hacia otro lado, él volvía a clavarle los ojos como tiernos puñales. Otra más, exclamó el septuagenario. Acaba de informarse de la desaparición de una joven inglesa. Veinte años, rubia, pelo largo, estatura mediana, algo de sobrepeso, ojos azules. Su nombre es  Megan Fletcher. Si alguien la ha visto… Qué gilipollez, se contestó él, ¿cómo vamos a verla si estamos escuchando la radio, y además está desaparecida? Otra más. Su mujer levantó los ojos de la revista y frunció el ceño. Pues porque a lo mejor estaba borracha por ahí, y desorientada: es lo que hacen los ingleses aquí, ¿no? Beber hasta desmayarse. Lo raro es que no haya aparecido nadie todavía, ni rastro de ellos. Tanto muerto, y ni saber dónde están, vaya ineptos. Salomé se fijó con horror en lo quemados que tenía los pechos aquella mujer, y se preguntó cómo encajaría esas glándulas afiletadas en un sostén. La gente que circundaba a la pareja de jubilados los miró con cara de pocos amigos. La gente estaba allí para broncearse, bañarse, beber y ligar si era posible. Nadie quería recordar los asesinatos, torturas, desapariciones, aunque estuvieran bien presentes en su mente. A veces no nombrar el problema es le primera solución aceptable. Salomé bostezó. Miró el reloj. Mierda, tenía que volver a casa. Se puso la parte superior del biquini, se irguió, se puso unos pantalones muy cortos y una camiseta de asas, que al instante se oscureció con la humedad del biquini. Se calzó unas chanclas comodísimas que anunciaba una modelo brasileña, colocó una especie de pañoleta multicolor sobre la cabeza, cogió el petate y se dirigió a la pasarela de madera que la llevaría, como una cinta transportadora, fuera de las arenas ardientes y dentro del asfalto calcinante de la ciudad. Volvió a notar una mirada en sus espaldas, ella lo percibía como si los ojos del que miraba tuvieran un láser incorporado.
   En una de las calles se paró a comprar una revista. Exactamente la misma que había estado leyendo la septuagenaria en top-less. En la portada se hacía escarnio de personajes más o menos famosos, captados en instantáneas embarazosas: una mujer rubia (asidua de programas basura) con cara de estar absolutamente borracha y con un pezón que se escapó del palabra de honor; otra mujer (una presentadora de televisión) en una inauguración de postín con un enorme roto en las medias; un hombre (un concursante de un reality) en bañador, hablando con una mujer en la playa, con una evidente erección… A Salomé le agradaba ver la parte no más humana pero sí más escabrosa de toda esa gente que salía tan puesta y maquillada en las pantallas grandes y pequeñas. Un hombre de edad hablaba con otro en una terraza de una cafetería horterísima, que imitaba el Egipto faraónico. A veces paraba en ese café, más que nada por cultivar su afinidad con Egipto. Salomé captó al vuelo las palabras: Los amigos dicen que ayer por la noche no la vieron, y creyeron que se habría quedado en la habitación del hotel. A saber… Salomé certificó que nada hay más excitante para la gente que el miedo, incluso cuando tú mismo puedes ser el receptor de este miedo, de este peligro que lo causa. Siguió caminando, esta vez por una de las avenidas centrales de la ciudad. Un perro-flauta la llamó. Eh, Salo, suelta pa’ un bocatilla y unas chuches pa’l perro. Estaba arrumbado contra una palmera. El perro, en su misma postura. Salomé le dio una moneda de dos euros. Él soltó una risotada grave y se puso a tararear una canción de Manu Chao: ¿Qué horas son, mi corazón? En una tienda de electrodomésticos vio un teletipo en la pantalla de un televisor sintonizado en el canal local: Ha aparecido una bolsa de basura con restos humanos en el vertedero de la ciudad. Se paró a leer el teletipo entero: La policía se ha personado en el vertedero, pero tendrán que mandar los restos al forense… Suspiró. Dobló una esquina. Allí, en un callejón a unos doscientos metros, estaba su bloque de apartamentos, mal llamado Bella Vista, pues daba a otro bloque de apartamentos más alto que estaba en estado de derribo. Fue entonces cuando de nuevo sintió la mirada a su espalda. Caminó más deprisa. Tal vez era su imaginación. Las chicas también nos equivocamos.
   Abrió la puerta del portal mirando de reojo hacia atrás. Nadie. Antes de penetrar en el vestíbulo del bloque, echó la cabeza súbitamente hacia fuera. Un hombre se ocultó inmediatamente en un entrante de la calle. Fue una décima de segundo, pero podría jurar que era el alemán, o sueco, de la playa, el del tatuaje maorí. Rápidamente subió las escaleras que daban al rellano del ascensor. Tuvo suerte: allí estaba esperándola la máquina elevadora, su luz iluminando precariamente la penumbra, como si la saludara tímidamente. Entró, no sin antes echar una ojeada a las escaleras. Pulsó el número tres e inmediatamente se percató de algo: había dejado el portal abierto. Más que asustada estaba irritada por su torpeza. Y también cayó en la cuenta de otro asunto: sobre la puerta del ascensor estaba el panel que indicaba en qué piso se iba a detener. Pensó en parar el ascensor y pulsar hasta el último piso, para así ganar tiempo. Desechó la idea. Su perseguidor no podría subir las escaleras más rápido que la máquina. En seguida se halló en su planta. Abrió con precauciones, como hacían los policías en las películas, aunque ella no tenía un arma. Izquierda, derecha. Nadie. Eran cosas de su imaginación. Estaba nerviosa, eso era todo. Tenía asuntos que resolver en casa, y no debía perder la concentración. Parada de espaldas al  ascensor, vislumbró la oscuridad del pasillo que llevaba a su apartamento, el último a la izquierda. Prefirió no prender la luz por si acaso, ese maldito interruptor hacía un ruido de mil demonios al  encenderse el fluorescente. Súbitamente oyó pasos subiendo la escalera, pasos cada vez más cercanos, sólidos, agigantados, pasos de hombre fuerte, de pies grandes. Se puso a andar hacia las tinieblas intentando no hacer ruido. Alguien se había detenido junto a la puerta del  ascensor, y ahora dudaba si ir hacia la derecha, donde estaban los apartamentos A hasta el D,  o hacia la izquierda, donde estaban los apartamentos E hasta la H. El suyo era el H, y se hallaba detrás de un recodo en el pasillo, de modo que el hombre ya no la podía ver. Caminó de puntillas, con el corazón encogido. Sacó la llave y abrió con pericia y rapidez. Cerró y pasó la cadena. Respiró hondo. Buf, menos mal. Colocó una silla atrancando la puerta, con la pericia de quien lo ha hecho muchas veces antes, y pegó el oído a la pared, fina como una hoja de cuchillo, clásica de la precaria construcción barata de los años setenta. Entonces sintió los pasos que se aproximaban, la respiración de un hombre que farfullaba algo en un idioma extraño, que caminaba a tientas y que, tras una exclamación ahogada, se alejó. Respiró aliviada. Esperó un minuto hasta despegarse de la pared. Sí, se había ido. Se volvió hacia la sala, tiró las chanclas al aire y se desnudó en la entrada del apartamento. Le gustaba andar desnuda por casa, no por considerarlo algo natural, sino porque le parecía  algo muy sexi. No en la playa, pues había demasiadas mujeres y era arduo destacar entre tantos cuerpos, tantas pieles, tantas curvas tan variadas. A veces sentía tentaciones de asomarse al balcón totalmente desnuda, y pensar en cómo algún hombre se masturbaría pensando en ella, o en recibir con una bata de seda transparente al típico comercial de seguros, o a un electricista, un fontanero… como en las pelis porno. Le encantaba el porno, pero no se lo decía a nadie, lo cual era estúpido, pues sabía que sus amigas también veían porno. Y tenían, como ella, utensilios para el placer. Un secreto a voces. Era asidua del Tupper-sex. Fantaseaba muchas veces con ligar con un actor porno, un tipo con una tranca de esas, descomunal, utilizándola con ella durante horas, como si fuera una tuneladora. Además, le gustaba hacer sus trabajos desnuda. No sabía la razón exacta, pero es que su trabajo también poseía algo indefiniblemente sexi.
   Sus pasos sonaban a palmípedo sobre el suelo de madera desigual del apartamento. Se sentía pegajosa del agua de mar. Entró en el baño y se dio una ducha rápida. Se secó a medias. Hacía mucho calor. Observó las notas que tenía colgadas en un tablero de corcho: nombres y fechas. Escribió un nombre y una fecha más en un post-it, que clavó en el tablero con una chincheta. Era parte de su trabajo. Al lado del tablero había una foto del templo de Abu Simbel, pegada con celo a la pared de gotelé. Notó que donde estaba había quedado un pequeño charco del agua que le escurría del cuerpo. Se sintió repentinamente excitada. Abrió la puerta de la pequeña habitación que comunicaba con la suya. Sobre una cama había una muchacha atada con correas y amordazada. A su lado, en una bandejita de metal, había una jeringuilla usada. La chica parecía parpadear a gran velocidad, como si estuviera despertando de un sueño pesado, como si fuera consciente en ese instante de lo que estaba pasando, como si recordara que estaba en manos de una persona perturbada.
Hola, Megan, dijo Salomé… Vaya susto: creí que me seguían, y eso no es bueno: todo lo contrario, es muy peligroso para el trabajo que hago. Pero eso ahora no importa. Mira, Megan, te voy a enseñar lo que tengo en este maletín. ¿Te gusta? Es que creo que debes adelgazar un poco, Megan, y este método es infalible. Te sacaré una foto. Quiero que abras bien esos ojitos azules. 

¿Os ha gustado? 




4 comentarios:

Pedro dijo...

¿Ultima novela? Eso me suena a James Bond, ya sabes, eso de nunca digas nunca jamas. Lo que sucede es que a pesar de la cantidad de libros que se publican, y jugando con los titulos de peliculas, este no es pais para escritores. Eso con independencia de como esta la cosa hoy en dia.

Ademas si el Madrid tiene que aguantar el chaparron del mejor (?) equipo de la historia y esconderse un poquito ... Es cuestion de aguantar el chaparron que ya vendran tiempos mejores, ya lo dice la canción "todos los dias sale el sol, chipiron".

Ya conocia "Un asesino anda suelto" y me gustó mucho. Me recuerda aquel con el que ganaste en Ponferrada (¿Betty Boop?). Regreso a la ciudad inundada me gustaba sobre todo por la idea del Vigo futurista ... (no recuerdo Momentos estelares y me pica la curiosidad porque lo de Hoka Hey es muy propio del sr. Mike S. Donovan, mas conocido como Mike Blueberry, y eso ya son palabras mayores)

Yo creo que tienes cosas que estan muy bien, no se si para triunfar en el -jodido- mundo de la literatura pero a mi me gustan y creo que no soy el unico. Y lo de dejar de escribir es como lo que siempre te comento del blog.

Y ya se me estan acabando las dosis de moralina, asi que a ver si el resto de lectores del blog echan una mano.

Me apunto a lo de la radio, como oyente vaya, pero ve buscando una con ondas de las largas.

PS: !!! Que lastima de aquel mini-relato de una partida de mus en Ponferrada, en El Principal. Eso si que era un incunable !!!

Paula dijo...

Por partes :siguiendo a Pedro, lo del blog pues escribe cuando quieras, sabes que tus fans esperamos "eagerly" tus entradas. Con respecto a lo de escribir, más de lo mismo, si es algo que te gusta, p´alante!.Lo del programa de radio, eso, que la sondas me lleguen.
Sobre el relato: me gusta de siempre el adjetivo "arrumbado" y una pregunta, el nombre de Salomé, ¿tiene algo que ver con Wilde, Beardsley o es fijación mía ? Sí, puede recordar al relato de Betty Boop.

Anónimo dijo...

Hombre, por lo menos no he dicho que dejaba el blog, ¿no? Pero lo de las novelas, es que ya me supera, de verdad. Tengo demasiado material esperando como para seguir aumentando el stock, y además, es que ya ni me apetece ponerme con cosas largas... ni se me ocurren ideas un poco decentes, dicho sea de paso. Bueno, pues gracias, entrañables amigos, Paula & Peter, que dicho así suena a grupo folk de los años setenta.

Anónimo dijo...

Vale tío esto no es rock´n´roll esto es un p. genocidio.