lunes, 15 de septiembre de 2008

Profesión de riesgo


Cuando me despedí del blog en junio, mi amigo Pedro Díaz (en la foto, con mis hermanas Susana y Reyes, y una amiga, Marta, en Villafranca del Bierzo) me sugirió que tratase más temas. Pensé que me sobrevaloraba (lo hace, de hecho), y aduje que en rigor no sabía de nada más que aquellos temas de los que hablo, pero él replicó que nunca hablaba de mi propia profesión: entonces recordé que soy profesor. Pues tenía razón Pedro. Pero es que me he habituado a ocultar mi oficio en público, porque cuando la gente sabe que soy profesor, o cuando me veo obligado a confesarlo, a todo el mundo se le llena la boca diciendo (escribo entre paréntesis lo que piensan y habitualmente no expresan): "Jo, vaya suerte de vacaciones (cabronazos, que no dais un palo al agua)", "Qué, y habrá que empezar a currar ya, ¿no? (porque además ese trabajo lo hace cualquiera, y aún os quejáis, gandules)", "Ah, profesor; tenían que ser como los de antes, que a la mínima, una hostia para mantener el orden (pero si se la dan a mi hijo los denuncio y después descuartizo al profesor que lo haya agredido)". No, no despertamos muchas simpatías ni solidaridades. Más bien un resquemor poco disimulado por culpa sobre todo de nuestras célebres vacaciones que cada gobierno va acortando más y más, creyendo erróneamente que redunda en beneficio de la enseñanza.
Solo hay que pasarse como infiltrado por el exterior de un colegio de primaria y oír los comentarios sobre los profesores para darse cuenta de que esta es una profesión bastante arriesgada, pues, por ejemplo algunos padres parecen estar deseando que algo malo les ocurra a sus hijos para así poder sacar tajada: es canónico el caso del niño que se lastima durante el recreo, y la acusación a los profesores de guardia de patio, que debían tener tantos ojos como una mosca para controlar a trescientos niños en estampida recreacional, mientras que estadísticamente está demostrado que los peores accidentes se producen en el hogar dulce hogar; otros muchos progenitores, en los institutos, permiten que sus hijas vayan al insti como starlettes del Molino Rojo, con la consecuente incomodidad que provoca tanto a sus sufrientes compañeros con cotidianas sobredosis de tanga y chichas como a los profesores (me refiero solo a los hombres, que debemos mirar al techo o a la ventana cuando se aproximan alumnas en biquini a consultar algo), quienes, por supuesto, en ningún caso se atreverán a objetar sobre el atuendo de las chicas por lo resbaladizo que es ese terreno (¡pues no mires, pervertido!, podría ser la réplica); otros alumnos salen de casa con un aspecto de matón del Bronx que, si no espanta a los padres, es porque los padres tienen aun peor pinta; muchos padres frustrados esperan como agua de mayo las evaluaciones finales para así tener una excusa y poder partirle la cara a los profes que se han juramentado para que su hijo, que tiene un historial policial como Unabomber, no apruebe la ESO... etcétera.
Por lo tanto, no puedo evitar recelar de los que dicen: "Vuestro trabajo sí que es difícil, aguantar a todos esos maleducados, que ni los aguantan sus padres". Me cuesta creer que alguien ajeno al gremio se compadezca así de nosotros, pero hay gente así, por fortuna. Y tampoco buscamos compasión.
El caso es que estamos en el tercer lugar del ránking de las profesiones que sufren más agresiones, solo por detrás de médicos y enfermeras, y en el segundo en estrés profesional, solo detrás de los controladores aéreos. Baste decir que de un tiempo a esta parte en muchos centros las tutoría con los padres se hacen con testigos y puertas abiertas... y que las tutorías personalizadas con alumnos han dejado de ser a puerta cerrada por el peligro que conlleva estar con un alumno a solas: principalmente en universidades se han producido casos de fingimiento de agresiones sexuales para poder apañar buenos resultados académicos, y amenazas incluso de muerte aprovechándose de la ausencia de testigos. No es broma, no es exageración, y la cosa aquí solo acaba de empezar. Pero, para que os deis cuenta del rumbo que está tomando la nave, os explicaré dos casos sucedidos en Galicia, sin dar detalles. Ambos, como dirían Les Luthiers, no solo son verídicos, sino que además son ciertos.
El primero, en la provincia de La Coruña, salió en los periódicos. Un alumno expulsado días atrás por una profesora entró en el instituto sin permiso, entró en el aula y se pasó una hora insultando a la citada profesora con violencia inusitada. No sé qué se sentirá cuando un energúmeno te está llamando puta y cosas similares durante una hora, pero se lo recomiendo a los excépticos. Otra profesora acudió a defender a esta, y ambas bajaron a dirección. El director quitó hierro al asunto, aduciendo que eso es normal (insultarte, vejarte, etcétera) hoy en día, con lo cual, la profesora, alucinada, acudió al inspector, quien le vino a decir que trabajara y se dejara de tonterías, so tiquismiquis. La profesora, pues, tuvo que recurrir a la Justicia, y estoy a la espera de ver qué ocurre. Esto es más emocionante que C.S.I., pero aquí suelen ganar los malos.
El segundo caso, sucedido en la provincia de Pontevedra, terminará por acabar en los periódicos, me temo. Una profesora encuentra que en un fotolog unas alumnas del centro se ensañan con ella con insultos y otras cuestiones violentas y/o denigrantes. La profesora informa a las alumnas que sabe del fotolog, y les urge a retirar los insultos. Solo una de las alumnas se negó a retractarse, con el apoyo inestimable de su padre, un profesor universitario que casualmente tiempo atrás había sido vejado en internet por sus propios alumnos. La profesora recurre a inspección, y el inspector contraataca amenazando ¡con investigarla a ella! La profesora acabó por poner asimismo el asunto en manos de la Justicia, que ha hallado indicios de delito. Ya veremos qué ocurre.
Tal vez lo peor de todo esto no es que los alumnos vejen o insulten, por duro e inaceptable que sea, sino que los propios compañeros de estas profesoras (las mujeres son mayor objeto de vejación que los hombres en los centros de enseñanza) no dudan en mirar hacia otro lado y reflexionar: "Esto les pasa porque son como son: demasiado duros, demasiado blandos, demasiado bordes, demasiados fachas o demasiado progres. Yo, como soy un profe guay, no corro peligro". Hay muchos precedentes de esta actitud. Siempre la gente prefiere mirar hacia otro lado... hasta que las piedras le caigan en los morros, y entonces se preguntará por qué nadie les apoya.
Tal vez lo peor es, simplemente aquello que empecé comenrtando: prefiero evitar comentar que soy profesor. Así me libro de una gran sarta de gilipolleces. Y que cada uno recoja lo que siembra (me he puesto bíblico).

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