EL PERFECTO EXTRAÑO
La vi entrar en el
bar, con las muletas. Juan me dio un codazo. Otra vez aquí, me susurró. Ya la
he visto, le dije, y hundí la cabeza en el mostrador. Otra vez, ella, una vez
más, ella. Juan me puso la mano en el hombro. Mejor nos vamos, ¿eh? Sí, mejor.
No pude evitar mirar hacia atrás cuando traspasaba la puerta. Ella me miraba
fijamente, con una sonrisa amplia y roja sobre una piel blanca, impoluta. Era
como las hojas del pruno sobre la nieve. Ella pidió una infusión.
Se ha ido, pero
volverá. Sabe que me gusta, sabe que me siento atraído a ál irremediablemente,
como en esas historias románticas en que el amor trasciende el tiempo y el
espacio. Como en la película de Drácula, la de Coppola, pensó ella. Sí, esa
misma.
Yo no me había ido.
Me había quedado frente al bar. A través de la luna, vi cómo ella se levantó de
la silla sin tocar la infusión. Se apoyó en las muletas y se colocó el pelo
adecuadamente para cubrir la cicatriz. Un amable camarero le abrió la pesada
puerta y salió, a paso corto, dificultoso, hacia su apartamento. No pude
reprimir una lágrima.
Cree que no lo he
visto, pero sí, sí que lo he visto. No pudo evitarlo, tuvo que quedarse a verme
pasar, como hacen los hombres, que les gusta ver andar a las mujeres. Un día me
sentaré en la mesa de siempre y él, el perfecto extraño, se me acercará.
Hablaremos del tiempo, de las películas, de viajes. Días más tarde recibiré una
llamada de él, y guardaré su número en mi móvil: el perfecto extraño,
escribiré.
Juan ha vuelto conmigo,
me ha tirado del brazo para que me vaya. Vamos, Emilio, vamos a dar una vuelta.
No puedo evitarlo, Juan. Me da muchísima pena. Sí, a mí también. Pobre Diana.
Mañana llevaré el
vestido azul. El perfecto extraño se quedará anonadado (se dice así, ¿no?), y
no me quitará el ojo de encima. Estoy enamorada, no lo puedo negar. Y este
hombre me resulta tan cercano, tan familiar, sin siquiera conocerlo…
Una cosa es cierta, Emilio: el amor puede con todo. ¿Por qué
lo dices, Juan? Pues porque os habíais separado en muy malos términos hace tres
años, y después vino el accidente, y… Es increíble, ¿no? Sí, la pobre: el
cerebro quedó afectado. La memoria. La memoria, me dije. El terrible accidente
de coche había borrado los recuerdos de Diana, al menos una parte de ellos. Y
ahora, había vuelto a enamorarse de mí. Tal vez exista el amor eterno, como en
la película de Coppola sobre Drácula, esa que tanto nos gustaba, que tantas
veces vimos juntos antes de que llegaran los malos, los peores tiempos.
1 comentario:
No es tan raro. Un compañero de Leon con el que he tenido un cierto trato durante algun año, tuvo un ictus y aunque exteriormente no tuvo secuelas sin embargo perdió la memoria. No recuerda apenas nada de su vida pasada, ni laboral ni familiar. No recuerda a su ex mujer, ni a su familia, pero la reciente parece ser que tampoco la mantiene: se pierde en la calle ...
En fin que la literauta a vaces no es mas que el reflejo de la realidad.
Por lo demas muy bueno el minirelato. Como siempre.
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