miércoles, 12 de enero de 2011

Por fin he sabido la verdad sobre el Capitán Trueno



Quien nunca ha leído un tebeo de El Capitán Trueno o El Jabato se quedará impresionado con sus primeros números, tanto de uno como de otro, pese a que los dibujos de Ambrós de El Capitán son difícilmente superables. Gracias a estos dos personajes conocí palabras como "escualo", "paquidermo", "doquier", "crustáceo" o frase como "manos blancas no ofenden", aparte de la existencia de los dingos, de los hititas, del protagonista de las sagas islandesas Ragnar Logbrodt, convertido en padre de Sigrid, de "Ultima Thule" y mil cosas más. Por eso, para los lectores de El Capitán Trueno (y de El Jabato) de mi edad siempre ha existido una incógnita: ¿por qué, de ser unas aventuras admirables, excelentemente dibujadas y adictivas como ninguna, pasaron a ser una basura de humor bufo y anacronismos demasiado espectaculares, con unos dibujos aptos para niños de dos años? ¿Por qué tuvo que aparecer Fideo de Mileto, por qué Ju-Ju y Garritas? ¿Por qué de luchar El Jabato contra los hititas, los romanos, los cartagineses, o El Capitán contra Saladino, los vikingos, los teutones, los protagonistas de las aventuras pasaron a ser caballos parlantes, paquidermos dicharacheros, caballeros melifluos? ¿¿Por qué nos mataron a nuestros dos héroes favoritos (y además, clónicos)?? Pues las respuestas están en el libro titulado Tebeos Mutilados de Vicent Sanchis. En él vemos de primera mano el porqué de la censura en estos cómics, por ejemplo, esas extrañas escenas en que un tipo con espada de repente se la habían borrado en la siguiente viñeta, o esas viñetas en que un tío caía de una torre y no sabías por qué, pero es que habían eliminado las flechas: al parecer aquello era demasiado violento para el censor (lo cual no deja de tener coña, ya que las películas que veíamos a diario morían unos veinte indios sólo en los créditos). Y la razón de la tremenda degradación de estos cómics señeros acabó por ser la autocensura de guionistas y dibujantes, que optaron por ejecutar engendros infumables por miedo a que la censura les diera tijeretazo. El libro es muy interesante, y se centra en la mítica editorial Bruguera. Es fascinante constatar las cosas que podían llegar a censurar los señores censores: pobrecillos, qué mentes más enfermas.

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