Fran, Jose y yo. Es la única foto que tengo en que aparezcamos los tres primos a esa edad. La foto es de bajísima calidad, de hecho se realizó con una de esas cámaras que te enviaban si rellenaban varios cuadernillos de Valispar (¿alguien los recuerda?). En ella, aparecemos, de izquierda a a derecha, mi primo Jose (la foto no lo hace justicia, a decir verdad), mi prima Mercedes (bueno, la verdad es que así la recuerdo: un "escuerzo", como decían mis tíos), mi amigo José Luis, yo (desgraciadamente, yo era así) y Fran. estamos en el jardín del chalet, antes de acometer una empresa titánica: ir en bicicleta hasta El Terrón, península pegada a Vilanova: el viaje consistía en unos cuatro kilómetros, pero aun así nos aprovisionamos con todo tipo de víveres... y debo recordar que hicimos la primera parada a unos 300 metros de nuestro punto de partida, el chalet. No éramos tipos duros, la verdad. Esto debió de ser en el verano de 1974.
Fran, Jose y yo. Mi niñez consistía en un período de hibernación de 10 meses hasta la llegada del verano, que era cuando nos reencontrábamos. Jose y Fran tenían sus respectivos círculos de amigos en Santiago y Madrid, pero yo, niño solitario y fantasioso, simplemente sobrevivía en mi soledad para poder vivir el verano, aquellos dos meses de plenitud. Ni siquiera tengo conciencia de lo que hacía en invierno, otoño y primavera durante aquellos años. Era un oso, o algo así.
El ritual de las bienvenidas era muy similar. Casi siempre era yo el primero en llegar a la playa; después, Jose (alguna vez cambió el orden); y finalmente, Fran, tras un viaje de connotaciones bíblicas desde Madrid hasta Poniente. Fran surgía pálido y oliendo a vómitos del Renault 4 (o el Renault 6), rodeado por jaulas de pollos, periquitos, y una abuela materna voluminosa: ¿cómo eran capaces de llegar de Madrid siendo tantos y yendo tan cargados? El caso era que por fin juntos. Creo que ellos nunca supieron lo que significaban para mí: cómo los admiraba, cómo envidiaba que supieran hacer todo lo que yo no sabía, qué pequeño me sentía a su lado, pues yo no destacaba en nada, a excepción del dibujo. Pero eso daba igual. Era entonces cuando el triángulo se hacía carne, cuando nosotros éramos el verano, cuando se iniciaba la temporada de agua, rocas, bicicletas, chapas ciclistas, fútbol, superhéroes. Cuando la vida era inmejorable, cuando ibas saltando de alegría de regreso a tu casa al tardío anochecer sabiendo que aún quedaban sesenta días más de felicidad, cuando éramos invencibles en nuestros partidos de playa, cuando la naturaleza que nos circundaba era aún tan exuberante que podías permitirte el lujo de perderte en los bosques, cuando excavábamos galerías en la inmensidad de las zarzas para recuperar los balones que salían de la finca, cuando pinchábamos en esas zarzas aquellos balones de goma que regalaba el banco Simeón, cuando creamos la secreta Enciclopedia Larousea, escondida en el cadáver de un calentador eléctrico, cuando las tardes olían a fibra de vidrio para reparar la piragua desvencijada, cuando (como Jose recordó) las raquetas se convertían en escopetas, los bombines en el bastón de Dan Defensor, cuando veíamos con asombro cómo mi hermano Jose, frustrado karateka, destrozaba ladrillos a pura fuerza, cuando saltábamos desde el tejado del garaje a riesgo de crismarnos, cuando nos curábamos las heridas con algas, cuando juramos odio eterno al coreano (habitante del barrio de Corea, que se entienda), y también (en acción diametralmente opuesta) al habitante de La Braña, cuando los días eran tan largos que parecían duplicarse, cuando tomábamos los polos y los Colajet (que traían paracaidistas) del Playa-Bar, cuando congelábamos la acción pensando en seguir la misma escena de superhéroes el próximo verano.
Pero al siguiente verano ya éramos mayores. Y surgieron las luchas de dominio, las ententes más o menos cordiales, las rencillas, los desacuerdos, el factor desestabilizador del sexo contrario, las diatribas musicales. Y supimos lo que significa hacerse mayor. Y entendimos, años después, lo que dijo el hermano más loco de los Panero: "Sólo se vive en la niñez. Después, sólo se sobrevive." Pero ahí estaremos siempre, en presencia o en ausencia.
2 comentarios:
Que brillante Mic. Se nota que la creación de la Enciclopedia Larousea no fue en vano (Joder, nos “empapamos” de tanta cultura con esa Enciclopedia que el Siglo de las Luces fue una coña). Dios, que recuerdos Mic....
Un beso.
Freak
No hay opciones, o bien te premian o bien te prohiben escribir, pero no puedes emocionar al personal de esta manera coño!.¿ Se puede vivir y no sobrevivir?, dí que si y te devuelvo la licencia para seguir escribiendo. Todd.
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