Toda familia tiene un vocabulario propio, que viene dado siempre por sus orígenes o su entorno. En el caso de mi familia, el hecho de ser tanto mi madre como mi tía Chiru del barrio de Conxo, en Santiago, ha marcado el léxico familiar. Hay muchos ejemplos.
Uno de ellos, mi favorito, es el maravilloso caso de O Rato, un ciudadano de Conxo que nunca había salido de este barrio. Corrían los finales de los cuarenta. Un día cogió el tren y regresó al día siguiente. Amigos y familiares fueron a darle la bienvenida, y pronunció la frase mítica en el más puro castrapo: "Llevádeme a mi casa, que no la conoso". Esta hipérbole de O Rato se ha llevado en mi casa a situaciones cotidianas: si no recuerdas dónde están los vasos, los cuchillos o cualquier objeto de uso común, eres, inevitablemente, O Rato.
También hay otros términos, alguno realmente sorprendente por lo raro o por lo culto. Por ejemplo, si eres feo y ridículo, no eres más que un "estafermo", que era un muñeco que utilizaban los caballeros medievales para entrenar para sus justas. Si eres un pasmarote y no muy agraciado, pues eres un "toutiso" (sic). Si una mujer lleva una ropa demasiado amplia y sin formas, es un "San Sarandón"; si tu camiseta está justa arriba y en la parte inferior se muestra demasiado holgada, la definición para esa prenda es "jletute", término que he investigado sin suerte alguna; un tejido demasiado débil o inconsistente es "babieca"(extrañas ligazones medievales, voto a Bríos); si esperas un éxito y te llevas un planchazo, quedas "como Varela", al parecer un político santiagués que daba por hecho salir diputado y no lo logró. Después, hay multitud de términos ofensivos, como "laverca", "petapouquiño", "prea" (que literalmente significa carroña) y muchos otros más, pues bien sabemos que para ofender el imaginario popular es grandiosamente amplio. En fin: si algún día venís por mi casa, estad preparados: que nadie os llame "toutisos", que no es buena cosa.
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