domingo, 20 de junio de 2010

El tiempo de los vencejos


Igual que la calandria anunciaba al prisionero la llegada de mayo, a mí la llegada del verano me la anuncian los vencejos. Siempre a mediados de este mes asisto al mismo espectáculo cuando me asomo al enome patio interior que conforman cuatro bloques de pisos: una pareja de vencejos vuela frenéticamente en círculos, y cada equis vuelos se incrustan literalmente en una cañería inutilizada; de repente vuelven a salir como fittipaldis aéreos, quién sabe adónde o para qué. Los vencejos, muy similares a las golondrinas, son velocistas por naturaleza, poseen unas alas desproporcionadas para su tamaño, tanto que si llegan a caer al suelo ya no se pueden levantar y remontar el vuelo. El vencejo es como el tiburón, un ser que sólo concibe el movimiento, aunque en su caso, no sabemos en realidad para qué sirve ese movimiento. En cierto modo el vencejo es muy similar al hombre moderno: ambos desconocemos a qué viene tanta velocidad, a qué tanto correr para volver a quedar en el mismo sitio. Pero al menos los vencejos siempre traen la ilusión del verano, mientras que nosotros no creamos más que malos presagios de futuro.

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