Alguna vez he llevado a mis clases la reproducción de un cuadro fascinante, El mundo de Cristina de Andrew Wyeth. Con él, intentaba que mis alumnos desentrañasen conmigo el misterio de ese lienzo. Y siempre salía algo interesante, aunque casi siempre llegábamos a preguntas insolubles:
a) ¿Es esa mujer Cristina
b) ¿Por qué no se le ve la cara?c) ¿Acaba de despertarse?
d) ¿Por qué parece estar en situación de alarma?
e) ¿Por qué está allí?
f) ¿Está aquella casa habitada?
Y, last but not least:
¿Qué está mirando?
e) ¿Por qué está allí?
f) ¿Está aquella casa habitada?
Y, last but not least:
¿Qué está mirando?
Aquí radica el secreto, creo yo, de este cuadro enigmático. Da la sensación de estar mirando hacia fuera del cuadro, y esto es lo que nos desasosiega, aparte del paraje del Medio Oeste, tan proclive a ser usado en películas para carnicerías múltiples.
En esta foto de allá por los comienzos de los años cincuenta, en la playa de As Sinas, Vilanova de Arousa, mi madre corre atropellada y jubilosa hacia algo, mientras que mi padre se lanza en estirada canónica de guardameta. ¿Qué buscan? ¿Hacia dónde se precipitan? ¿Qué es eso fuera de foco que hace que literalmente vuelen? ¿Jugaban al balón? A mi madre no me la imagino, la verdad. ¿Había levantado el viento algo leve y valioso de la arena? No lo sé, ni creo que nunca lo sepa, ahí radica el sortilegio de los objetos fuera de foco, como los reyes solo percibidos por un reflejo en Las Meninas .
Lo único que sé con certeza es que en ese instante congelado e irrepetible de hace más de cincuenta años mis padres eran capaces de volar.
(Una vez más a Javier y Julia, mis padres)
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